Immanuel Kant no era precisamente una estrella del rock, pero pocas personas han sido tan revolucionarias sin levantar la voz. Desde su despacho en Königsberg, este pensador alemán se dedicó a dinamitar certezas ajenas con una idea muy simple y muy peligrosa: nadie debería pensar por ti. Ni la Iglesia, ni el Estado, ni la tradición, ni siquiera el profesor más brillante de la sala.

Y eso tenía mérito, porque Kant venía de una educación férrea, religiosa y llena de normas. Lo fácil habría sido repetir el discurso aprendido. Él hizo justo lo contrario. Se pasó la vida insistiendo en que la razón debía liberarse de corsés y que aceptar ideas sin cuestionarlas era una forma elegante de pereza mental. Para Kant, obedecer sin pensar era cómodo y profundamente irresponsable.

Pensar duele, pero libera

Kant defendía que pensar por uno mismo no era un eslogan bonito, sino un ejercicio incómodo. Exige esfuerzo, dudas y, a veces, quedarse solo. Por eso su famosa llamada a salir de la “minoría de edad intelectual” no era precisamente una invitación amable. Básicamente venía a decir: deja de esconderte detrás de lo que dicen otros y atrévete a usar tu cabeza.

  Johann Gottlieb Becker Immanuel Kant
Johann Gottlieb Becker Immanuel Kant

En sus clases, este mensaje era aún más claro. Detestaba a los alumnos que copiaban apuntes como loros. No quería oyentes pasivos, quería mentes despiertas. De hecho, solía repetir que no enseñaba filosofía, sino a filosofar. Si alguien salía de clase pensando lo mismo que al entrar, algo había fallado.

Contra los dogmas, vengan de donde vengan

Aunque llevaba una vida metódica hasta el extremo —su famoso paseo diario es ya una leyenda—, su pensamiento era todo menos rígido. Kant desconfiaba de cualquier verdad presentada como intocable. Para él, los dogmas eran atajos peligrosos: te ahorran pensar hoy, pero te hipotecan mañana. Por eso insistía en que la razón debía ser autónoma. No se trataba de negar todo por sistema, sino de someter cualquier idea al filtro crítico. Religión, política, moral… nada quedaba fuera del examen. Y eso, en su época, era casi un acto de rebeldía silenciosa.

Kant también creía que el conocimiento no debía compartimentarse. Enseñaba matemáticas, ciencias, ética y filosofía porque entendía el pensamiento como un todo. Pensar bien implicaba mirar el mundo desde muchos ángulos, no encerrarse en una sola verdad cómoda. Así pues, su mensaje sigue siendo incómodamente actual: pensar por uno mismo no te garantiza aplausos, pero sí libertad. Y Kant lo dejó claro hace siglos: quien renuncia a usar su razón, entrega algo mucho más valioso que una opinión. Entrega su autonomía.