La Casa de Alba es la más poderosa y rica de la aristocracia. También una de las más expuestas, seguidas y escrutadas mediáticamente. Sus miembros más ilustres siempre se han mostrado, de una manera u otra, cómplices con este interés. De diferentes maneras: Cayetano Martínez de Irujo es visceral, victimista y ahora mismo la oveja negra de la saga; su hermana Eugenia tiene un perfil bastante friendly con las revistas, y finalmente está la maestra: la difunta Cayetana Fitz-James Stuart. La mítica duquesa de El Tomate con el reportero catalán Miquel Serra. Era todo un personaje, hacía lo que le salía del moño y daba espectáculo sin descanso. Su muerte en 2014, con 88 años, dejaba a un viudo joven como Alfonso Díez, un patrimonio incalculable y una familia en descomposición. También un heredero que lo cambiaría todo: Carlos Fitz-James.
El jefe de la Casa es, actualmente, uno de los hombres más misteriosos del país. Todo lo que tenía su madre es el que le falta, menos pasta y mala leche. Se sabe muy poco de él, más allá de que las peleas familiares le provocan aversión. No se siente cómodo, es más del "ordeno y mando", de controlar subordinados. Y sus hermanos son cualquier cosa menos dóciles, por eso ha puesto distancia. El primogénito los conoce bien, y no quiere poner en riesgo su paraíso particular de 37 títulos nobiliarios y 9 de Grande de España. Sin contacto no hay fricción. Ni guerras.
Carlos, criado con un modelo educacional bastante severo, de acuerdo con la época que le tocó (tiene 75 años), no tiene las habilidades sociales como su mejor recurso. Sufre, por ejemplo, cuando tiene que presentarse en un lugar público, por ejemplo una boda de relumbrón. Como la de este fin de semana en Madrid, con el primo de Tamara Falcó, Felipe Matossian, haciendo de novio. Los Falcó y los Alba están emparentados, cosas de la endogamia: el padre de la difunta Cayetana lo tenía como segundo apellido. El duque llegaba con su chófer, solo y soltero, como siempre. Parecía de buen humor. Se hacía el sordo cuando le preguntaban por su hermano Cayetano (al que no soporta), del que dicen que ha roto con Barbará Mirján y podría volver con Genoveva Casanova. La sonrisa empezaba a cambiar, especialmente al sufrir un contratiempo: no lo dejaban entrar en la iglesia, la puerta estaba cerrada.
La cosa empeoró a la salida del enlace. El mismo equipo de reporteros que hizo refunfuñar a la infanta Elena "atacó" al aristócrata, que repetía la operación: una cordialidad fría y vacía, ganando tiempo para huir. Carlos lo conseguía, llegando al coche. Le abría la puerta el chófer, mientras el periodista volvía a insistir con los chismes sobre su hermano. "No sé qué ha pasado", responde con serenidad, para inmediatamente y por arte de magia, convertirse en el Grinch, en una fiera, un señor que pierde los papeles "¡Cierra!", ordenaba conn un grito siniestro a sus empleados. Alguien ha ido a la calle. La ira de la nobleza es demoledora.
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