La familia Preysler vive días convulsos. Aunque las apariencias sigan sosteniéndose ante los medios, lo cierto es que las tensiones en el interior de Villa Meona —el apodo popular de la lujosa residencia de Isabel Preysler en Puerta de Hierro— se han intensificado. El motivo: Íñigo Onieva. El marido de Tamara Falcó se ha convertido, según fuentes del entorno, en un verdadero quebradero de cabeza para la socialité filipina, que se encuentra profundamente preocupada por el trato que su yerno dispensa a su hija y por el rumbo que ha tomado su matrimonio a pocos meses de haberse celebrado.

En este contexto, Ana Boyer y su marido, Fernando Verdasco, han tomado cartas en el asunto y han optado por trasladarse temporalmente a la casa de Isabel Preysler. Su objetivo, según deslizan personas del círculo íntimo, no es otro que arropar a la matriarca del clan y dejar claro que no están dispuestos a tolerar que su madre siga sufriendo por la actitud de Íñigo. “Han venido para protegerla, para hacer piña. Isabel no lo está pasando bien y Ana lo sabe. No se fían de Íñigo, ni tampoco de sus intenciones”, explica una fuente cercana.}

Un regreso con mensaje: en casa sí, pero sin Íñigo

La llegada de Ana y Fernando no ha sido casual ni cómoda. Ha coincidido con un momento especialmente delicado: Tamara Falcó entra y sale de casa de su madre, pero Íñigo no ha vuelto a poner un pie allí. Según ha trascendido, no es bienvenido. La tensión es tal que Isabel ha decidido imponer límites claros: no quiere más escenas, ni situaciones incómodas. Y, sobre todo, no quiere ver sufrir a su hija por una relación que, desde el primer día, ha generado más dudas que certezas.

De hecho, la estancia del matrimonio Boyer-Verdasco en casa de Isabel es también una forma de marcar territorio. Ana, conocida por su carácter discreto pero firme, ha dejado claro que no piensa quedarse al margen mientras la estabilidad emocional de su madre se ve comprometida. Fernando, por su parte, mantiene una postura solidaria con su esposa y respalda por completo la decisión de no ceder ante el regreso de Íñigo al núcleo familiar.

El conflicto que llega hasta Doha

La crisis no solo afecta a Madrid. Fuentes próximas aseguran que el conflicto ha tenido repercusión en Doha, donde Fernando Verdasco continúa vinculado profesionalmente y donde el matrimonio pasa parte del año. Al parecer, las tensiones con Íñigo han salpicado incluso las conversaciones a distancia. El comportamiento errático y, en ocasiones, desafiante del empresario madrileño habría colmado la paciencia de toda la familia.

“La gota que colmó el vaso fue una discusión entre Íñigo y Tamara que trascendió a través de Isabel”, apunta un allegado. “La forma en la que él se refiere a ciertas cosas, su desprecio por los códigos familiares de los Preysler y, sobre todo, su actitud ante la vida, han hecho que nadie en la familia lo acepte”. Isabel, aunque intentó en su momento hacer de mediadora, hoy ya no lo oculta: su relación con Onieva es prácticamente nula.

Un matrimonio bajo presión

Tamara, por su parte, se encuentra en una encrucijada. Aunque públicamente mantiene una postura conciliadora y se aferra a su fe para sostener su relación, en privado estaría cada vez más confundida. El hecho de que su madre, su hermana Ana y el resto de la familia no acepten a Íñigo la coloca en una situación muy difícil. Ha intentado tender puentes, pero la resistencia familiar parece inquebrantable. “Tamara intenta justificarlo, lo defiende ante todos, pero se nota que está cansada. Y eso Isabel lo percibe. No quiere que su hija vuelva a pasar por una decepción pública como la que vivió antes de la boda”, aseguran desde su entorno.

Por ahora, el distanciamiento entre Íñigo y la familia Preysler es total. Ana y Fernando continuarán en Madrid hasta que la situación se estabilice o, al menos, hasta que Isabel recupere algo de paz. Lo que está claro es que el clan ha cerrado filas y el mensaje es rotundo: no permitirán que Íñigo vuelva a perturbar la armonía familiar. En este juego de equilibrios y afectos, la figura de Isabel Preysler emerge como el eje emocional de una familia que, aunque famosa, no escapa a los conflictos de cualquier hogar: la protección de una madre, el respaldo de unos hijos y la desconfianza ante quien amenaza con romper la unidad. Y en esa ecuación, Íñigo Onieva parece haberse quedado definitivamente fuera.