Para Francesc Torralba, la gran pregunta —¿para qué vivimos?— no aparece cuando todo va bien, sino cuando algo se quiebra. “La crisis activa esta pregunta”, afirma. “El fracaso, la enfermedad o la muerte de un ser querido hacen que uno se interrogue: ¿para qué trabajamos? ¿para qué estamos en el mundo?”. En los tiempos de bonanza, explica, esa cuestión se “guarda en el desván”, mientras que el dolor la saca a la superficie con una fuerza casi brutal.
El filósofo advierte que esa búsqueda de sentido no siempre encuentra respuesta: “Uno puede llegar a la conclusión de que vivir es un absurdo, que la vida no tiene sentido y preferir desaparecer del escenario”. Pero incluso en esa desesperanza, sostiene, está la posibilidad de transformarse. La crisis, aunque duela, es también un punto de inflexión.

El tedio de repetirse y el valor de cambiar
Torralba recupera una idea de Ortega y Gasset: el ser humano es actor y espectador de sí mismo. “Podemos bajar al patio de butacas y observar cómo hacemos lo que hacemos”, explica. Esa capacidad de tomar distancia permite evaluarse, detectar cuándo el papel que uno interpreta se ha vuelto mecánico. “Hay profesores, enfermeros o políticos que se arrastran por el escenario. Hace tiempo que no se creen su papel”, lamenta. “Cuando ese rol ya no te llena, hay que tener la audacia de cambiar.”
La rutina, dice, vacía de sentido la existencia: “Repetir hasta el viernes lo mismo lleva a una vida tediosa y monótona”. Frente a esa inercia, propone recuperar la mirada contemplativa y el contacto con la naturaleza, el silencio y la música.
“Cuando uno está en silencio, la pregunta aflora: ¿mi vida tiene sentido? ¿me llena este trabajo?”, señala. También la contemplación del cielo estrellado o de un amanecer pueden despertar esa conciencia. Y la música, si es la adecuada, “se clava en el alma” y nos obliga a mirar hacia dentro.
Entre sus preferencias cita a Simon & Garfunkel, Enya o Maná, y en lo clásico, a Bach, Albinoni o Mozart. “La música lenta, la que invita a la introspección, te eleva y te hace pensar. A veces es mucho más estimulante que una obra pictórica o incluso filosófica”, concluye.