La reina Sofía vive uno de sus veranos más oscuros. Pilar Eyre asegura que atraviesa una profunda depresión debido a los últimos golpes que le ha dado la vida, el fallecimiento de su hermano Constantino de Grecia a causa de un derrame cerebral y la enfermedad de su hermana Irene de Grecia. La octogenaria padece Alzheimer y prácticamente ya no se acuerda de nada. Está muy debilitada, pero es algo que Casa Real no quiere que se sepa, y quienes la ven aseguran que ha perdido la ilusión. Se encierra en su habitación, a oscuras, no quiere salir ni recibir visitas. Apenas come ni duerme, síntomas claros de padecer una depresión. Por ahora no quiere ponerse en manos de profesionales en salud mental. Ni médicos ni familia logran devolverle la esperanza, por eso busca ayuda desesperada en videntes, monjes tibetanos, sanadores y curas de confianza. Siempre ha sido una mujer que crea en lo espiritual, más que en lo terrenal.

La emérita se aferra a lo espiritual como única salida. Cree en los milagros. Cree en las energías. Se deja aconsejar por cualquiera que pueda ofrecerle un poco de consuelo. Uno de los momentos más llamativos fue la presencia de un monje tibetano, invitado para transmitirle paz interior mediante la meditación. También recibió a videntes de confianza, como Rappel, viejo amigo que le habló de esperanza en medio de tanta tristeza. Siempre le ha interesado este mundo, algo de lo que Juan Carlos I o Felipe VI no quieren ni oír hablar.
La Iglesia, a la que Sofía ha sido siempre fiel, tampoco falta. Curas cercanos acuden a su habitación. Le ofrecen bendiciones, rezos y largas conversaciones. Todo con un mismo objetivo: que la reina recupere fuerzas. Pero el resultado es limitado. Su ánimo sigue cayendo. Su cuerpo no responde. Y ella se hunde en un silencio cada vez más profundo.
La reina Sofía ha perdido toda la esperanza, ya solo cree en lo espiritual
En Zarzuela, fuentes cercanas reconocen que apenas sale de su cuarto. Vive rodeada de un clima casi monástico. Las visitas familiares son escasas. Felipe intenta animarla, también sus hijas las infantas Elena y Cristina que aparecen a diario por el palacio, pero los encuentros son breves y superficiales. Sus nietas la abrazan, pero ella apenas sonríe. La enfermedad de su hermana Irene agrava la pena. La soledad pesa más que nunca.
La mujer que fue el pilar de los Borbón, ha perdido toda la esperanza en reunir a toda la familia. Ya solo habla de la muerte y es que ha llegado un punto en el que todo le da exactamente igual. No tiene ilusión por la vida. Después de tantas polémicas y desengaños, hoy se siente vulnerable, frágil, derrotada. Sus fieles creen que solo un milagro puede devolverle la luz. Y mientras tanto, Zarzuela se convierte en un lugar de rezos, visiones y secretos.
