La vida de Paloma Rocasolano ha dado un giro que pocos podrían imaginar. De pasar frío y hambre en una casa sin calefacción, ha pasado a cenar en restaurantes de lujo en lugares como Mallorca, donde las cuentas superan fácilmente los 1.000 euros. Un cambio radical, marcado por un antes y un después: la entrada de su hija Letizia en la Casa Real.
Los orígenes de Paloma, como los de toda la familia materna y paterna de Letizia, fueron extremadamente humildes. Tal como lo relató David Rocasolano en su libro 'Adiós, Princesa', la familia no tenía recursos ni para encender un brasero. Las visitas a casa de Letizia eran conmovedoras: “las primas estaban envueltas en mantas, con doble pijama y los labios morados por el frío”.
La nueva vida de Paloma Rocasolano
Y si el invierno era difícil, la alimentación lo era aún más. La dieta se basaba casi exclusivamente en acelgas. Acelgas para desayunar. Acelgas para comer. Acelgas para cenar. Tanto fue así, que en el pueblo comenzaron a llamarles “los acelgas”, un apodo que se convirtió en símbolo de necesidad y pobreza.

Los veranos eran igual de modestos. En Benidorm, Paloma se instalaba con sus padres en hoteles baratos. Se levantaban a las siete de la mañana para buscar un buen sitio en la playa. Llevaban la nevera, las sillas plegables, los bocadillos y la clásica sombrilla. Imágenes costumbristas que hoy parecen de otra vida. Y en cierto modo, lo son.
Porque desde que Letizia se convirtió en reina, la vida de Paloma cambió por completo. Tuvo su propia estancia en Zarzuela. Disfrutó de estancias privadas en Marivent. Pasó de no tener ni para comer a moverse en un entorno de lujo, privilegios y exclusividad.

Vacaciones de lujo
Aunque en los últimos tiempos Felipe VI ha intentado limitar su presencia en palacio, con la excusa de que Leonor y Sofía ya no viven allí, eso no ha impedido que Paloma siga llevando una vida de élite. Ya no va a Benidorm. Ahora prefiere las islas Baleares, los viajes internacionales y los restaurantes exclusivos.
Su presencia en Mallorca es discreta pero constante. No pisa Marivent, al menos no públicamente. Pero disfruta de los mejores hoteles y las cenas más caras. En algunos casos, el precio del menú supera los mil euros por persona. Y lo paga con naturalidad. Atrás quedaron los días de acelgas, braseros apagados y bocadillos en la playa.