La reina Letizia cuida su imagen al milímetro. Cada gesto, cada prenda, cada detalle cuenta. No hay margen para el descuido. Un paparazzi indiscreto puede arruinar un verano con una foto inoportuna. Y eso, para ella, es inaceptable.
Su obsesión empieza por dentro. Mantiene una dieta estricta. Nada de azúcares, refrescos, fritos, procesados o alcohol. En su lugar, frutas, verduras, pescados y purés. De periodista amante de las barritas de chocolate, pasó a experta en nutrición. Así lo recordaba Pilar Eyre en un artículo.
La reina Letizia, perfeccionista hasta en el último detalle
Este estilo de vida no se queda solo en ella. Felipe VI, Leonor y Sofía siguen sus pautas. Incluso, según varias fuentes, influyó en el menú escolar del colegio Santa María de los Rosales. El objetivo es claro: todos deben cuidar su alimentación.

El deporte es otro pilar. Letizia no se salta sus rutinas de ejercicio. Corre, entrena y tonifica. El resultado es una musculatura definida que se aprecia en muchas de sus apariciones. Para ella, estar en forma es tan importante como elegir el traje perfecto.
En moda, su nivel de perfeccionismo es extremo. Elige cada atuendo que usará en público. Incluso en viajes, cambia de ropa en un coche para no repetir modelo. Busca siempre un look impecable. Ni un pliegue, ni una costura fuera de lugar.
Bikinis a medida
Para evitar marcas indeseadas, recurre a bodis como ropa interior. Sabe que un sujetador visible puede desatar críticas. Ya le pasó una vez. No quiere que ocurra de nuevo. Lo mismo sucede con las fotografías en bikini. Desde que una imagen de este tipo circuló, cuando todavía no era reina y veraneaba con Juan Carlos I y Sofía, ha tomado medidas extremas. Sus vacaciones son un misterio y sus prendas de baño, un proyecto de precisión.

Ahí entra en juego el famoso bikini modificado. Según Pilar Eyre, en uno de sus primeros veranos de casada, encargó un bikini minimalista de una marca popular. Dos piezas pequeñas. Pero no quedó satisfecha. Lo mandó al taller una vez. Luego otra. Y otra más. En total, seis veces pasó por las manos de la modista. Cada ajuste respondía a una instrucción personal. Un centímetro más aquí, un refuerzo allá, un cambio en la sujeción. Todo para lograr la prenda perfecta.