Digestión larga y pesada la de la comida de celebración de los 60 años de la infanta Elena. Lo que tenía que ser una cita previsible, con los incondicionales de la facción antiFelipista y antiLetizista presentes en el restaurante, se convirtió en un espectáculo de luz, color y fuegos artificiales con la aparición de los proscritos. Los reyes de España, Felipe VI y Letizia, de compadreo con el enemigo. Un acto nada casual, con todo el pitote de Jaime del Burgo haciendo chup-chup y salpicando cada día la reputación, la credibilidad y el futuro de la Casa Real. Letizia se arrastraba ante su familia política para salvar la continuidad del negocio, para no hundir el futuro de Leonor. Un sacrificio, una inmolación. Ya se pueden imaginar que, todos aquellos que nos dedicamos al análisis de la realeza española, estemos viviendo nuestro Port Aventura particular. Vaya final de año. Ni los mejores guionistas.

Es evidente, sin embargo, que la representación teatral no cierra ninguna herida entre las partes, tampoco acerca posturas. Solo es un gesto de cara a la galería, porque hay conflictos que no se resolverán jamás. Ahora bien, los fanáticos de la monarquía se abrazan a la estampa de pretendida felicidad como posesos. Pobrecitos, lo necesitan. Idolatrar a una estirpe con tantos muertos en los armarios es un ejercicio apto solo para estómagos a prueba de bombas. Y claro, cuando se encuentran un caramelito, se lo zampan sin pararse a pensar si está envenenado. Cosa difícil tratándose de la Familia, la verdad. Pegas una patada en una piedra y saltan tres escándalos más. Toda España, también la cortesana, lo sabe. Y si no revienta todo es, precisamente, por la protección que reciben desde determinadas esferas de poder. Políticos, militares y jueces. Son la guardia pretoriana de las esencias patrias. Ahora bien, alguien de sus miembros han osado salir del camino preestablecido, y los ha acoquinado hasta extremos inimaginables. Por ejemplo, el juez Castro. La pesadilla de los Borbones.

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El juez José Castro durante el Caso Nóos / GTRES

José Castro Aragón es un magistrado cordobés de 76 años que actualmente no ejerce en la Justicia. Sin embargo, cuando intentó impartirla, era temible. Suya fue la instrucción del caso Nóos, y suya la iniciativa de sentar en el banquillo como imputada a una miembro de la Familia Real. Un hito histórico, era la primera vez en la historia. La afortunada fue la infanta Cristina, mujer de Iñaki Urdangarin. Castro fue tozudo: quería a la infanta a toda costa en el juzgado. Lo consiguió tras una lucha a cara de perro con el fiscal Pedro Horrach, principal salvador de los royals. Las desavenencias entre ellos llegaron a romper su relación personal de amistad. El juez alcanzó el objetivo, aunque la infanta se zafó con aquello tan famoso de "yo me fiaba de mi marido". No sirvió más que para la foto de la vergüenza... y para desatar la cólera de Felipe y Letizia, que expulsaron a Cristina y al condenado Iñaki de la Zarzuela. Castro, sin embargo, se quedó sin el trofeo mayor: hacer que Juan Carlos compareciera como testigo. Aquello fue una misión imposible. El muro, infranqueable. Y sigue siendo tan alto como siempre.

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Iñaki Urdangarin y Cristina en el juzgado / EFE

Castro ha sido entrevistado por el periodista Jesús Cintora a raíz de la comida de aniversario de Elena y el cónclave. Una escena le ha llamado mucho la atención: la de las personas que gritaban vivas al rey, "vuelva majestad" y cosas por el estilo a Juan Carlos. "Bochornoso", sentencia al magistrado. Atención a cada palabra, son de oro: "La situación del rey emérito es desquiciante. Mientras los delitos no hayan prescrito, técnicamente una Sala Segunda del Tribunal Supremo podría abrir diligencias contra el rey emérito. Aunque la Fiscalía diga que no hay razón, el fiscal es solo una parte. Y si mañana una acusación popular quiera constituirse, ya veríamos cómo se haría eso, y consigue que se abra una causa contra el rey emérito, técnicamente podría incoarse una causa contra el rey. Pero claro, si se dejan prescribir, pues... Me parece bochornoso". Y más: "A las arcas españolas no contribuye con absolutamente ningún euro. Esto tiene miga, ¿eh? Es lo que no ha tributado y lo que ahora, legalmente, ya no tributa. Me parece bochornoso que los adictos al rey griten 'señor, vuelva aquí, vuelva aquí'. ¡Es que si no está aquí es porque no quiere! ¡Nadie le ha echado, es porque le convendrá!" Y un último sopapo: si Juan Carlos entra, sale y hace lo que le da la gana, es gracias a la cúpula judicial: "El Tribunal Supremo ha prestado su consentimiento a ese pacto". Todo arreglado, todo trampa. Más Castros y menos Borbones.

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Juan Carlos y Elena / Europa Press