El rey emérito Juan Carlos I es un amante del mar. Principalmente por las regatas. De hecho, actualmente se encuentra en Sanxenxo para participar este fin de semana en la última regata del año, la prueba 'Desafío Barceló', la última de la Copa de España en la categoría de 6 metros. Pero Juan Carlos no solo tiene buenos recuerdos del mar por las regatas. También por las fiestas desenfrenadas organizadas por su amigo Pedro Salas en las que participaba en el pasado. 

Mallorca, para Juan Carlos, no era solo un lugar para tomar el sol y disfrutar de la brisa marina. La isla se convertía en el escenario de auténticas fiestas desenfrenadas, organizadas por su compinche Pedro Salas, y a las que el rey emérito no podía resistirse. 

Juan Carlos I se lo pasaba en grande en las fiestas celebradas en yates de lujo en alta mar 

Las historias que se cuentan de sus andanzas son para enmarcar. Mientras Marivent era el lugar de las fotos oficiales y las formalidades, Juan Carlos prefería desaparecer con sus colegas para vivir la vida loca cuando nadie miraba. No importaba cuántas veces la reina Sofía intentara atraparlo en plena juerga, el emérito siempre encontraba la manera de eludirla con maestría. 

Juan Carlos con su familia
Juan Carlos con su familia

En el epicentro de estas juergas estaba la relación de Juan Carlos con Pedro Salas, el hombre que no solo le prestaba el palacio de Marivent, sino que también organizaba las fiestas más exclusivas de la isla. Entre yates de lujo, amigos y mujeres, el emérito se movía como pez en el agua. Los encuentros con Zourab Tchokotua y otros amigos de juergas y banquetes eran algo habitual. Las noches en yates privados en alta mar eran el escenario perfecto para que las normas se esfumaran. 

La Guardia Civil acudía a recoger a las amantes que Juan Carlos I tiraba por la borda 

Todo ello mientras la Guardia Civil tenía órdenes de hacer la vista gorda y de no intervenir en estas extravagantes celebraciones. Aunque sí es cierto que de vez en cuando intervenían, pero por un motivo en particular. Concretamente, cuando tenían que recoger a las amantes que Juan Carlos I tiraba por la borda. Lo hacía cuando se enteraba, mediante algunos de sus contactos, de que la reina emérita Sofía había averiguado su paradero y estaba de camino con una lancha y acompañada de sus escoltas para pillarlo in fraganti. Nunca lo consiguió.