La infanta Cristina atraviesa un momento de transición tan íntimo como inevitable. Desde que estalló el caso Nóos y puso rumbo a Ginebra, aquel refugio se ha vaciado. Ya no hay niños correteando por pasillos: sus cuatro hijos ya volaron del nido y ninguno está en Suiza. Hoy, viven en una casa amplia y luminosa, pero sin vida familiar.

Hizo una inversión emocional y material en Barcelona: en 2024 adquirió un piso en Pedralbes, y las reformas, confiadas a una constructora de prestigio, avanzan sin prisa pero sin pausa. El propio Pablo, su hijo instalado en Catalunya, supervisa obras, derriba paredes y revisa cada detalle. Quizás pronto será él quien habite esa vivienda familiar. El inmueble, adquirido por unos dos millones de euros, representa más que ladrillos y arquitectos: es el símbolo de una nueva etapa, callada y consciente.
Paradójicamente, su refugio en Ginebra sigue rigiendo su vida fiscal: mientras permanezca allí, un hipotético legado del rey emérito Juan Carlos I podría eximirse de pasar por Hacienda. Pero la lógica emocional pesa cada vez más. Los silencios de Suiza contrastan ante el dolor en Zarzuela, donde la salud de Irene de Grecia, su tía y figura casi maternal, se deteriora, sumiendo en profunda tristeza a su madre, la reina Sofía.
La infanta Cristina planea instalarse en Barcelona próximamente debido a la salud de sus progenitores
En verano de 2025, la ausencia de Irene y Sofía en Mallorca puso fin a una tradición familiar y encendió las alarmas. Cristina viaja con mucha frecuencia a Madrid para estar junto a ambas, especialmente en este trance delicado y emocionalmente cargado.
A sus 60 años, la infanta lleva un camino de discreción, resiliencia y reinvención. Desde su absolución en el caso Nóos en 2017, mantiene un perfil bajo, comprometida con la Fundación La Caixa y la Aga Khan Development Network, mientras construye una vida laboral y personal entre Ginebra y Barcelona. Aunque amigos y cronistas consideran que no retornará oficialmente a España mientras su padre no regrese, esta dualidad geográfica se difumina con cada viaje y cada reforma, y con cada visita urgente a la Zarzuela.
Cristina no huye del pasado ni de la prensa; reaparece con una serenidad forjada en años de controversia. Madrid, Barcelona, Suiza… su mapa emocional se despliega ahora entre deber, afecto familiar y el deseo de volver a casa.
