Juan Carlos I vuelve a ser protagonista, y no por casualidad. El emérito sabe muy bien cómo manejar los focos y esta vez utilizó la demanda contra Miguel Ángel Revilla para volver a la primera línea. Cansado de Abu Dabi, del silencio y de la soledad, no estaba dispuesto a seguir recluido en su dorado exilio cuando se cumplen ya casi cinco años. A sus 87 años, cada día cuenta, y quería regresar a Europa. El problema era convencer a Felipe VI, que nunca ha visto con buenos ojos el regreso de su padre a Madrid. Elena y Cristina, en cambio, lo tienen clarísimo: quieren a su padre cerca, en España o, al menos, en Ginebra.

El dilema es siempre el mismo: la corona. Felipe VI lleva años intentando cortar cualquier vínculo con la sombra de su progenitor, consciente de que su sola presencia en Madrid reabre heridas y titulares. Pero el emérito jugó bien sus cartas. Le demostró a su hijo que todavía conserva poder, influencia y la capacidad de hacer temblar los cimientos de la institución si se lo propone. Y así, Felipe cedió. No del todo, pero lo suficiente: Juan Carlos ha dejado Abu Dabi y se ha instalado en Cascais, Lisboa. Desde julio disfruta de una mansión de lujo a orillas del Atlántico, acompañado gran parte del verano por la infanta Elena. Está a un paso de la frontera y a una hora en avión de Madrid. Mucho más cerca de lo que el rey hubiera querido.
Juan Carlos I quiere presentar sus memorias en Madrid
Pero Juan Carlos nunca se conforma. Su próximo movimiento es aún más arriesgado: publicar sus memorias. Hace meses fue entrevistado por una periodista francesa, encargada de dar forma a la biografía que, según él, limpiará su nombre. El emérito se siente maltratado, convencido de que no se le reconoce todo lo que hizo por la corona. Quiere dejar constancia de su versión de la historia, que no se hable solo de sus escándalos, sino también de su papel en la transición y en la modernización del país.
El libro debía salir en verano, pero la fecha se retrasó. La intención sigue en pie: presentarlo en Madrid, con la autora y con él mismo sentado en primera fila. Una escena que Felipe VI intenta impedir a toda costa. El rey sabe que la sola presencia de su padre en la capital levantaría una tormenta mediática de la que sería difícil escapar. Pide ayuda a sus hermanas, busca aliados, pero está cada vez más acorralado. Juan Carlos juega su última partida, y lo hace con la experiencia de quien sabe que aún tiene fichas sobre la mesa
