En Zarzuela ya no lo disimulan: la salud de Juan Carlos I preocupa y mucho. El emérito, que lleva más de una década luchando contra problemas de movilidad, vuelve a ser el gran quebradero de cabeza de Felipe VI. Los médicos son claros: su padre debería desplazarse en silla de ruedas, pero él se niega rotundamente. Prefiere aparecer en público apoyado en su bastón antes que aceptar lo que sería, para él, la derrota definitiva. Orgulloso, testarudo y empeñado en mantener la imagen del navegante que siempre fue, aunque su cuerpo diga basta.

Juan Carlos en Sanxenxo / Europa Press
Juan Carlos en Sanxenxo / Europa Press

Estos días se encuentra en Sanxenxo, su refugio gallego, acompañado por la infanta Elena. Allí se prepara, contra toda lógica, para el próximo Campeonato del Mundo de Vela en Nueva York. Una cita que él no está dispuesto a perderse. Ni siquiera las intervenciones de rodillas y cadera, ni los tratamientos de medicina regenerativa han conseguido frenar el deterioro. El dolor es constante, las limitaciones obvias, pero la voluntad del emérito sigue intacta.

Lo más llamativo es que su barco, el Bribón, ha tenido que ser adaptado para que pueda subir, moverse y competir. Una modificación que simboliza hasta qué punto la situación se ha vuelto grave. No es un simple capricho técnico, es una necesidad para que Juan Carlos pueda seguir haciendo lo único que parece darle vida: navegar. Sus compañeros de regata, acostumbrados a verlo como un líder, ahora observan con sorpresa cómo el mito se resiste a aceptar la fragilidad.

Juan Carlos I debería renunciar a las regatas, lo único que le queda de su vida pasada 

La infanta Elena, fiel escudera, es la que pasa más tiempo con él y la que transmite a sus hermanos la realidad de un padre que se apaga lentamente. Felipe ha sido informado con detalle: no hay mejora, al contrario, el cuadro empeora. Y en Zarzuela ya se preparan para cualquier escenario. La reina emérita Sofía, mientras tanto, recibe con discreción las noticias desde Madrid, resignada a la obstinación de su marido.

El contraste es brutal. Mientras la Casa Real intenta proyectar una imagen de modernidad con Leonor y Sofía en sus compromisos internacionales, el pasado regresa con fuerza en la figura de un Juan Carlos que no quiere renunciar a su último refugio: el mar. El Bribón, convertido en metáfora de su resistencia y también de su decadencia, refleja la paradoja de un rey que se niega a ceder, aunque el cuerpo ya no le acompañe.

En Galicia se comenta que verlo subir al barco es un espectáculo entre lo heroico y lo doloroso. Un hombre que lo tuvo todo y que ahora necesita que adapten hasta su velero para seguir en la foto. Felipe VI recibe las actualizaciones con gesto serio: sabe que la herencia de su padre es un problema sin final feliz.

Juan Carlos y Elena regata
Juan Carlos y Elena regata