Estupefacta. Así me quedé cuando esta semana, Mariano Rajoy, en medio de la rueda de prensa de la cumbre bilateral España-Francia, dijo que a los catalanes se nos tenía que corregir. De hecho, durante unos minutos, el presidente del Gobierno español se dedicó a dejarnos perlas del nivel "las instituciones no pueden estar al servicio de una ideología —el independentismo— y eso se tiene que corregir", o bien otras como "no se puede dejar el Govern de la Generalitat en manos de una fuerza radical y extremista".

De violencias hay de muchas formas. La física, la peor, pero la verbal puede llegar a causar mucho daño. Y estas palabras están cargadas de violencia y odio. En primer lugar, contra la ciudadanía. Hace años que en este país una campaña electoral no había generado tanta pasión y fervor como la última. Y tanta gente informada. Los catalanes y catalanas, el 27 de septiembre fueron a las urnas libremente, y mayoritariamente votaron a Junts pel Sí. Nadie nos engañó. Esta candidatura, forjada desde la sociedad civil con el apoyo de dos de los partidos principales, tiene como objetivo primordial la plena soberanía de Catalunya. Las personas que votaron esta opción lo hicieron plenamente y absolutamente conscientes de la papeleta que escogían. Igual que los electores que optaron por otros partidos también sabían el porqué o no los votaban. Y es evidente que Junts pel Sí, como cualquier otro partido, viene con las mochilas llenas de ideología. Y que el president y el Govern de la Generalitat, también. Si no, sería una estafa. Como el Partido Popular defiende la suya, de ideología. Porque no querer construir el Corredor Mediterráneo, o subir las pensiones sólo un 0,25%, también es ideología. Un partido al servicio de las élites económicas y de la derecha. Y supongo que sus electores los escogen a ellos conscientemente. Junts pel Sí —de momento— sigue la hoja de ruta trazada en su programa electoral. Quemando etapas hacia sus compromisos. Y el Partido Popular sigue el suyo, de camino. Sus compromisos sagrados con la unidad de España y el IBEX 35.

El mundo debe saber —y el primero, Mariano Rajoy- que a los catalanes sólo nos corrigen las urnas. Nadie más

Decir con desprecio que el Govern de la Generalitat está en manos de una fuerza radical y extremista también es inaceptable. Supongo que se debió referir a la CUP. Un partido que tampoco engaña a sus electores. Asambleario y con una dinámica diferente de toma de decisiones. A menudo farragosa para algunos, quizás incomprensible por los momentos del país. Y tampoco entiendo ni comprendo qué problema hay para que se les impongan los adjetivos de "radicales y extremistas" de forma despectiva para defender sus ideas. Lícitas y legítimas. Un partido anticapitalista e independentista, que sus electores escogen racionalmente. Y la CUP representa lo que representa, porque así lo decidimos libremente los ciudadanos y ciudadanas. Ni más ni menos.

Decir que a los catalanes se nos tiene que corregir sí que es poner al Gobierno del Estado al servicio de una ideología, la suya, y lo que es peor, utilizar su papel para ir en contra de la de los otros. Significa que el señor Rajoy nos trata de menores civiles. Que sólo le están bien los resultados electorales que se sitúan en el que él —y buena parte del statu quo— decide como su zona de confort. Significa que la democracia se ciñe a sus límites, que imponen ellos, evidentemente. Que fuera de lo que ellos consideran aceptable, no hay vida inteligente. Y que para ellos el autogobierno es un mal menor, que se puede aniquilar —como repiten hasta la saciedad— cuándo y cómo a ellos les complazca.

En cualquier país normal, todo el mundo estaría censurando sus palabras. Serían un escándalo democrático. No puedo dejar de agradecer las palabras de Mariano Rajoy. Porque desenmascaran su concepto utilitarista de la democracia. Porque el mundo debe saber —y el primero, Mariano Rajoy- que a los catalanes sólo nos corrigen las urnas. Nadie más.