El anuncio del president Carles Puigdemont en la trascendental entrevista publicada en El Nacional este domingo, adelantando cuál va a ser su estrategia negociadora con Mariano Rajoy a partir del 2 de octubre si sale el sí en el referéndum de independencia, supone, en la práctica, el arranque de la campaña a tan solo 35 días de la cita con las urnas. Una negociación corta, muy dialogada y muy negociada, señala. En estas tres ideas se condensa la valiosa hoja de ruta para los próximos meses. Un esquema que a nadie se le puede escapar está lleno de dificultades, pero que en boca del president catalán se acaban convirtiendo en un debate normal entre los que están decididos a autodeterminarse y los que están decididos a impedirlo.

Con las urnas ya compradas, la Ley del Referéndum presentada en el Parlament y a la espera de su tramitación, la Ley de Transitoriedad Jurídica elaborada por Junts pel Sí y la CUP y a la espera de darla a conocer en el momento político más oportuno, la tarjeta censal en negociaciones para que pueda ser distribuida como en cualquier cita electoral normal, el Govern decidido a firmar el decreto de convocatoria del 1-O, los Mossos dispuestos a aceptar fórmulas que les permitan garantizar la normalidad en la jornada electoral, lo único que no está encima de la mesa es que el referéndum pueda no llegarse a celebrar. Y eso, con las permanentes amenazas del Estado, es un importante cambio de paradigma.  

Sin embargo, la reacción de enorme irritación en el establishment político y mediático por la manifestación contra el terrorismo del pasado sábado en Barcelona y los intentos de infravalorar la masiva salida a la calle para protestar contra los atentados del 17 y 18 de agosto en Barcelona y Cambrils han situado intencionadamente el debate en la intensa pitada contra el Rey y Rajoy. Es cierto lo segundo, pero en términos de ciudadanía nunca puede ser más importante que la masiva respuesta ofrecida. Y no deja de ser llamativo que respecto a la pitada hagan grandes teorías desde Madrid aquellos que llevan años prediciendo lo que hará la sociedad catalana y cuyos vaticinios yerran sistemáticamente.

El Rey y Rajoy debieron haber escuchado las voces sensatas que desde Barcelona les aconsejaban que no acudieran a la manifestación. Que las hubo y no fueron pocas. El presidente del Gobierno no puede ser ajeno a que él encarna en primera persona el mayor obstáculo a que se celebre un referéndum, una opción que desean entre el 70% y el 80% de los ciudadanos, según todas las encuestas. Parapetarse en el Rey y utilizarlo como cortafuegos hubiera sido posible en un acto cerrado pero no en un acto abierto, donde los ciudadanos se expresan libremente.

Lo cierto es que leyendo estas últimas horas sobre todo los medios de comunicación madrileños, escuchando alguna tertulia y viendo la manipulación de Televisión Española, uno puede llegar a la conclusión de que la sórdida batalla protagonizada durante mucho tiempo desde las trincheras ha pasado a disputarse a campo abierto. Y que la artillería mediática ya empleada en ocasiones anteriores verá luz más pronto que tarde.