Hace unos meses, Joaquim Forn era un político desahuciado. O si se quiere decir más suave, amortizado. Una campaña electoral deplorable de la entonces Convergència i Unió en la ciudad de Barcelona en 2015 y la fabricación de noticias falsas por parte del Ministerio del Interior durante aquellas semanas desbancaron de la alcaldía a Xavier Trias, de quien se llegó a publicar que tenía una cuenta en Suiza. Después hemos sabido que todo formaba parte de la operación Catalunya, pero cuando esto quedó meridianamente claro, Trias ya estaba fuera del poder. Y con él, Joaquim Forn, su primer teniente de alcalde, sin discusión, el hombre más valioso de los que le rodeaban; pero, en general, poco querido por los periodistas, que le consideraban, con razón, poco mediático. Con poco glamur. Que en cuatro años no hubiera problemas en la estructura municipal, con los funcionarios y los diferentes colectivos de una maquinaria imponente como es la del Ayuntamiento de Barcelona no causaba seducción alguna a los medios; ahora que se han producido todas las crisis habidas y por haber en el Consistorio, la situación sería diferente. Pero el pasado nunca vuelve. O sí.

Lo cierto es que Forn volvió a su papel de ingrata oposición y se parapetó en el cargo que más tiempo ha ocupado en la política: portavoz de la oposición municipal desde 2007 y concejal desde 1999. Algunos dicen que no hubiera sido extraño que en poco tiempo hubiera abandonado la política e intentado el pase a la empresa privada. Pero el 13 de julio, una llamada de Carles Puigdemont casi a la medianoche invitándole a acercarse al Palau de la Generalitat cambió su biografía: el president le ofreció ser conseller d'Interior. Un puesto clave con la mirada puesta en el referéndum del 1 de octubre. No se sabe muy bien qué fue primero: si el sí de Forn o las críticas inmediatas que recibió de la oposición y de los medios de comunicación editados en Madrid (no solo). Hoy da una cierta vergüenza releer aquellas informaciones y aquellos editoriales. Pero ya se sabe que en la guerra (política) no hay un momento de descanso y Forn no lo tuvo.

El día del atentado, el pasado 17 de agosto, tuvo noticias del mismo a muy poca distancia de donde se produjeron. Prácticamente del jueves al lunes no salió de la conselleria. Y cuando lo hizo fue para ir a su casa o al Palau de la Generalitat. Excepto durante un par de horas que acudió al partido del domingo por la noche del Barça-Betis, en un intento de transmitir tranquilidad a la ciudadanía como conseller d'Interior y acompañado por el responsable de los Mossos, Josep Lluís Trapero. Y para estar presente en el minuto de silencio de la afición barcelonista.

Desde el jueves todo ha cambiado. Los Mossos se han encaramado, seguramente, a la primera posición en el afecto y reconocimiento de la sociedad catalana; el major Trapero es un responsable policial reconocido, admirado y con una pátina de gran profesional y comunicador envidiable; y Forn es el político eficaz que ha hecho lo que mejor sabe hacer y que no es otra cosa que aquello que depende de él se desarrolle con absoluta normalidad. Todos los que criticaron con saña su nombramiento hoy callan, se inventan falsas historias o miran de encontrar como pueden maneras de ningunear su papel. ¿Se puede sobrevivir en medio de todo ello? Sí. Y volver de la nada, también.