Se cumplirá este lunes la décima jornada de huelga en el metro de Barcelona desde que el pasado mes de abril se rompieron las negociaciones entre TMB, la empresa municipal, y los trabajadores. Un tiempo más que razonable para exigir responsabilidades al equipo de gobierno de la capital catalana y muy especialmente a la presidenta de TMB y concejala de Movilidad del consistorio barcelonés, Mercedes Vidal. El enquistamiento del conflicto, lejos de entrar en vías de solución, ha alejado a ambas partes hasta el extremo de que, oficialmente, el consistorio a través de Vidal se niega a formular nuevas propuestas confiando, seguramente, en el cansancio de los trabajadores en huelga. El tiempo transcurrido desde que se inició la protesta y el daño causado a los ciudadanos que padecen en primera persona el desencuentro debería forzar al consistorio, por un mínimo sentido común, a proponer un negociador de rango superior. Es normal que los que están por encima de Vidal se nieguen a aparecer, pero es que empieza a ser del todo incomprensible la necesidad de los comuns de hacerse invisibles cada vez que hay un problema o han de adoptar una decisión.

Un comunicado, interesado claro está, de la CGT ha explicado como entre 1997 y 2015 solo había habido diez días de huelga y desde 2016 hasta la fecha, 25. El resumen es claro: 10 huelgas en 18 años y 25 en los últimos 18 meses, el período Colau. Una vez se ha alcanzado el ecuador del mandato municipal, ya no vale hablar de la herencia recibida ni de la inexperiencia de sus responsables. En el primer caso, porque heredaron una ciudad bien gestionada -como, por otro lado, la había heredado Trias en 2011- y en el segundo, porque los ciudadanos esperamos soluciones a los problemas, no un coleccionable de buenas intenciones. Que, además, rápidamente se guarda en un cajón cuando se empieza a gobernar.