Como si fuera parte de un ritual anual, Terelu Campos ha decidido una vez más ofrecer su posado en bikini a alguna revista del corazón. La maniobra, lejos de sorprender, ha generado un aluvión de críticas, especialmente desde el canal de YouTube de Diego Arrabal, quien no ha tenido reparos en acusar a la familia Campos de comercializar sin escrúpulos cada rincón de su vida privada.

Según Arrabal, el clan Campos no deja títere con cabeza: desde enfermedades pasadas hasta broncas familiares, todo se convierte en contenido vendible. El comentario más demoledor fue, sin duda, el que apuntó directamente a la figura de María Teresa Campos, a quien muchos recuerdan como el rostro del periodismo serio en televisión. "Si levantara la cabeza", dijo el paparazzo, “a mí me da muchísima pena, porque veo que María Teresa Campos ha luchado mucho para que sus hijas tengan un puesto serio, que sean buenas periodistas —y yo no digo que no lo sean—, pero ¿por qué tienen que venderlo todo? Pues porque el modus operandi de ellas, la manera de vivir y la manera de salir día a día, es vendiéndolo todo”, agregó.

El declive de una marca familiar convertida en mercancía televisiva

Lejos quedan aquellos días en los que Terelu y Carmen Borrego se presentaban como herederas de una estirpe periodística. Hoy, su participación en realities, tertulias y platós parece estar dirigida exclusivamente a sostener económicamente una fama que se desmorona. La transformación de José María Almoguera, quien pasó de rechazar rotundamente la prensa del corazón a convertirse en colaborador televisivo, ha confirmado lo que muchos temían: la necesidad económica se impone a cualquier principio.

Recientemente, el joven se sentó en TardeAR. Las imágenes hablan por sí solas: sudoroso, nervioso y sin nada que aportar más allá de anécdotas familiares, confirmando que incluso aquellos que negaban su implicación han sucumbido al imán del dinero fácil. Todo, por supuesto, a costa de airear conflictos, rencores y secretos familiares. Un espectáculo que, además, no funcionó en términos de audiencia, hundiendo el share del programa más de un punto.

Por si fuera poco, Alejandra Rubio también ha sido blanco de duras críticas. Aunque asegura no vender exclusivas, su presencia constante en platós de televisión hablando de su familia y su vida amorosa la posiciona en el mismo carril que el resto del clan. Para muchos, se trata de una estrategia disfrazada de inocencia: La hija de Terelu Campos también monetiza su vida, pero no quiere que se note. La contradicción es evidente. Mientras denuncia la sobreexposición, acude a programas donde su única moneda de cambio es precisamente su apellido. Una postura que, lejos de generar empatía, ha generado escepticismo y rechazo.

La herencia de María Teresa: de respeto profesional a caricatura mediática

El clan Campos ha hecho del plató su hábitat natural, y no precisamente para aportar valor periodístico. Según denunció recientemente Diego Arrabal en su canal de YouTube, "lo venden absolutamente todo, sin remordimientos". Desde enfermedades pasadas hasta tensiones familiares, cada aspecto íntimo se negocia como contenido. Terelu, que no duda en desempolvar su batalla contra el cáncer cuando la curva de audiencia lo exige, ahora recurre al mismo viejo recurso: la venta de su imagen en traje de baño, que en otros tiempos pudo tener impacto, pero que hoy resulta una jugada desesperada. El problema ya no es la sobreexposición, sino el agotamiento del público ante un relato reciclado y predecible.