Sigmund Freud tenía una habilidad especial para incomodar con una sola frase. No necesitaba rodearla de explicaciones largas ni de tecnicismos: bastaba una sentencia certera para dejar al interlocutor pensando durante horas. “Si dos personas están de acuerdo en todo, puedo asegurar que una piensa por ambas” es uno de esos aforismos que, lejos de perder vigencia, parece ganar fuerza con el paso del tiempo.
La frase encierra una crítica directa a la complacencia intelectual y emocional. Para Freud, el conflicto no era algo que hubiera que evitar a toda costa, sino una señal de vida psíquica. Estar en desacuerdo implica pensar, cuestionar, construir una identidad propia. Cuando dos personas coinciden siempre, cuando no hay fricción ni matices, surge la sospecha: ¿hay realmente dos voluntades en juego o solo una que domina y otra que asiente?

Acusan a la filosofía de Freud de machista
Este planteamiento encaja perfectamente con el núcleo del pensamiento freudiano. El psicoanalista austríaco dedicó su vida a explorar lo que se esconde debajo de la superficie: los deseos reprimidos, los miedos silenciados, las pulsiones que preferimos no reconocer. En ese contexto, el acuerdo absoluto puede ser una forma elegante de censura. Callar para no incomodar, ceder para no perder, asentir para mantener una relación aparentemente armónica.
Freud sabía que muchas relaciones de pareja, familiares o incluso sociales se sostienen sobre equilibrios frágiles. Uno habla, decide, marca el rumbo; el otro acompaña, valida y se adapta. No siempre por debilidad, sino a veces por miedo al conflicto o por una necesidad profunda de aprobación. El problema aparece cuando ese silencio se cronifica y la identidad propia se diluye.
La frase también puede leerse como una advertencia contra el pensamiento único. En política, en trabajo o en grupos sociales, el consenso absoluto suele esconder jerarquías invisibles. Cuando nadie discrepa, cuando no hay debate, es probable que alguien haya renunciado a pensar por sí mismo. Freud, que desconfiaba de las verdades cómodas, habría visto en ese unanimismo una señal de alerta.
Más allá de la psicología, el mensaje es profundamente humano. Discutir no es sinónimo de romper, del mismo modo que disentir no implica deslealtad. Al contrario: el desacuerdo sano es una prueba de respeto mutuo. Solo quien se siente libre para pensar puede permitirse no estar de acuerdo.
Quizá por eso la frase sigue resonando hoy. En un mundo que premia la armonía superficial y penaliza el conflicto, Freud nos recuerda algo incómodo pero necesario: pensar duele, discrepar incomoda, pero renunciar a hacerlo tiene un precio mucho más alto.