El españolismo radical exhibe estos días a sus tótems: Abascal, Olona, Merlos y sus novias (no tiene ninguna ni una que no sea facha), Negro... y María Pombo. En el caso de la madrileña, musa ultra del mundo virtual, la cuestión merece un capítulo aparte. Su ocupación, la de influencer, es principalmente la de protagonizar ridículos, frivolidad incesante y, sí, ser la peor influencia posible para sus seguidores. Las marcas le pagan un sueldo bien jugoso por promocionar sus artículos, cuando el sentido común invitaría a pagarle para evitar que se acerque a cualquier firma comercial.

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Quien dice marcas, también dice campaña, consejo, iniciativa o promoción. De lo que sea. Obsesionada con llamar la atención haciéndose la supermodelo, y el espejo en el que querrían reflejarse sus seguidores es patológico e irresponsable. Lejos quedan sus trucos de belleza con medicamentos, pero lo que ha hecho con las mascarillas es, simplemente una burrada. Pombo no tiene ni la más mínima idea de cómo utilizarlas, pero eso lo importa un rábano. Y mira que cualquier ser humano con un mínimo de interés y racionalidad, ha visto, leído o escuchado cómo hacerlo correctamente. Bueno, claro. Pombo no es de este mundo. Se graba cantando (o lo que ella cree que es cantar) contra el coronavirus mientras pasea por la calle, ¿y qué hace? Meter los dedos dentro de la máscara, y así podemos ver sus muecas absurdas. Gran ejemplo, además, sin guantes. Un diez.

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A nosotros lo que este personaje haga con su salud nos es igual. Lo que preocupa es el mensaje que envía públicamente a aquellos que la siguen. Sí, dirán: "pues que no lo hagan". Demasiado tarde. Y el coronavirus, en sus manos y la de su fandom, es una bomba de relojería.