Son momentos muy complicados para Íñigo Errejón. En pleno foco mediático, no precisamente por su labor política, sino por asuntos de índole personal, el político ha decidido desaparecer hasta que llegue la calma. Íñigo Errejón parece haber encontrado ese lugar donde el tiempo avanza a otro ritmo y el juicio se suspende en el aire. Un rincón diminuto de la sierra abulense, casi invisible en el mapa, donde nadie pide explicaciones ni exige titulares: Becedas.

Este pequeño municipio de la comarca de El Barco de Ávila apenas supera el centenar de habitantes en los meses fríos. Allí, entre calles estrechas y casas de piedra, el exdirigente político pasó parte del verano de 2025, cuando todo el mundo quería entrevistarle sobre las acusaciones de Elisa Mouliá. No llegó solo. Se instaló con amigos en una vivienda amplia del centro del pueblo, frente a la farmacia, y durante días fue uno más: sin escoltas, sin discursos, sin prisas. Tal y como ha descubierto en exclusiva el medio de comunicación ‘La Razón’.
Íñigo Errejón se instaló con unos amigos y se ha convertido en un vecino más
Lejos de Madrid y del foco mediático, Errejón parecía buscar algo más que descanso. Caminaba despacio, vestía sin pretensiones y se dejaba llevar por los planes ajenos: una verbena improvisada, un tardeo en fiestas patronales, una ronda de tapas. A ratos daba la sensación de que necesitaba compañía para no quedarse solo con sus pensamientos. No era un turista curioso, sino alguien que necesitaba silencio.
Su elección no es casual. Becedas arrastra una historia espiritual y literaria que la convierte en lugar de retiro desde hace siglos. Santa Teresa de Jesús pasó por estas tierras en busca de alivio físico y consuelo interior. Más tarde, Miguel de Unamuno encontró en este paisaje montañoso una manera de reconciliarse consigo mismo, lejos del estruendo político y de los conflictos públicos. Aquí, la naturaleza no juzga; simplemente acompaña.
El entorno impone una calma difícil de describir. Montañas suaves, tejados rojizos, huertos cuidados y una sensación constante de estar fuera del mundo. Unamuno llegó a comparar el pueblo con un animal dormido bajo el sol, una imagen que todavía hoy parece encajar con la atmósfera del lugar. Para alguien que atraviesa uno de los momentos más delicados de su vida, ese paisaje puede funcionar como un bálsamo.
Errejón se dejó ver reflexivo, contenido, casi ensimismado. Algunos creen que escribía, otros que simplemente pensaba. Lo cierto es que nadie en el pueblo se mostró incómodo con su presencia. En Becedas no se pregunta demasiado ni se señala al que llega con heridas visibles. La discreción forma parte del carácter colectivo.
Entre platos contundentes, paseos sin rumbo y conversaciones sin trascendencia, el exdiputado pareció reconstruirse a pequeña escala. No para reinventarse públicamente, sino para sostenerse en privado. Aquí no hay estrategia ni relato político. Solo una pausa.
A pocos kilómetros, otros nombres ligados a la política nacional tienen raíces similares, pero eso pertenece a otra historia. La de Errejón, al menos por ahora, se escribe en voz baja, entre montañas, lejos del juicio inmediato. En Becedas, incluso las caídas encuentran un lugar donde no hacer ruido al tocar el suelo.
