Iker Casillas ha vuelto a abrir las puertas de su casa y, como suele pasar con las celebridades, las redes no han tardado en dictar sentencia. El exguardameta del Real Madrid vive en un lujoso ático de más de 300 metros cuadrados en La Finca, la urbanización más exclusiva de Pozuelo de Alarcón. Un espacio moderno, minimalista y luminoso, con seis terrazas, gimnasio y un sistema de domótica que lo controla todo. Sin embargo, lo que debía ser un ejemplo de estilo y sofisticación ha terminado provocando sorpresa —y algo de rechazo— entre sus fans, que no han tenido piedad con la decoración del salón. “El dinero no da el buen gusto; es un horror”, sentenciaba uno de los comentarios más compartidos.

A simple vista, el salón parece una oda al confort contemporáneo: grandes ventanales, paredes en tonos arena, un sofá modular gris y una mesa de mármol blanco como centro neurálgico de la estancia. Todo ordenado, todo impecable. Pero precisamente ahí radica el problema. La frialdad del conjunto, la falta de alma, de historia o de algún gesto personal, lo convierte más en una sala de exposición que en un hogar. Ni los trofeos que descansan en la estantería empotrada ni los libros estratégicamente colocados logran humanizar el espacio. Hay diseño, sí, pero no emoción.
Toda la casa de Iker Casillas transmite soledad
Casillas parece haberse decantado por una estética limpia, de revista, donde prima la neutralidad por encima del carácter. Un refugio perfectamente calculado tras su separación de Sara Carbonero, pero también una vivienda que transmite cierta soledad. La amplitud del salón —con su domótica, su iluminación LED y su televisor empotrado— no consigue compensar la ausencia de calidez. Todo está pensado para funcionar, pero nada para emocionar.
Quizá el error sea ese intento constante de perseguir la perfección arquitectónica que caracteriza a muchas de las mansiones de La Finca. Espacios donde se confunde el lujo con el vacío, donde las líneas rectas y los tonos beige se repiten como un uniforme de la élite madrileña. El ático de Casillas no es feo, pero tampoco dice nada. No hay una pieza que sorprenda, un color que rompa la monotonía, una textura que invite a quedarse.
Mientras otros vecinos han optado por interiores con más personalidad —desde el barroco chic hasta el estilo industrial—, el exfutbolista parece haberse refugiado en lo seguro, en lo predecible. Un salón que podría estar en cualquier catálogo de muebles de lujo, pero no en la casa de un campeón del mundo. Y tal vez por eso, más que admiración, ha despertado ironía. Porque al final, como han recordado las redes con cierta malicia, el dinero no siempre compra el buen gusto.