El estreno de ‘Flores para Antonio’ ha devuelto al primer plano la figura de Antonio Flores y su historia más íntima. El documental, concebido como un homenaje de Alba Flores, también ha resucitado la memoria de dos mujeres que caminaron a su lado en sus días más luminosos y en sus horas más oscuras: las hermanas Chamorro. Ellas estuvieron allí. Ellas compartieron su último amanecer. Y ellas, con su silencio, han guardado durante años una verdad que hoy vuelve a cobrar fuerza.

Irene y Chelo Vázquez, conocidas artísticamente como las Chamorro, siempre vivieron entre la música y la discreción. Pero su nombre quedó unido para siempre a la familia Flores. A Lola, a Rosario, a El Pescaílla. Y, sobre todo, a Antonio. Su historia comenzó en Marbella, en los años en los que la Faraona convertía Los Gitanillos en su refugio. Las jóvenes, hijas de unos comerciantes de antigüedades, coincidieron con Lola en el casino de Marbella. Hubo conexión inmediata. Hubo cariño. Un vínculo que trascendió lo artístico.

Hermanas Chamorro
Hermanas Chamorro

El Lerele, dentro neurálgico de la relación

Cada vez que viajaban a Madrid, Lola insistía en que se quedaran en El Lerele, la mítica casa de La Moraleja. Y allí, en ese lugar convertido en santuario familiar, se fue construyendo la relación que marcaría su vida. Con Antonio el encuentro llegó en 1988, en el concierto de Michael Jackson en Marbella. Luego, años después, el destino los volvió a cruzar en la discoteca Archy, uno de los templos de la noche madrileña. Y desde ese momento, nació una amistad intensa. Real. Profunda.

Tanto, que a las 72 horas, Irene ya vivía en la pequeña cabaña que Lola había construido para su hijo en El Lerele. Las Chamorro empezaron a formar parte del clan. Compartieron cenas, grabaciones, confidencias y desvelos. Antonio escuchaba sus canciones. Las aconsejaba y las acompañaba. Mientras que ellas lo arropaban en sus crisis y sus miedos.

La tragedia llegó en mayo de 1995. La muerte de Lola Flores rompió a Antonio por dentro. Se hundió. Perdió el equilibrio emocional. Caía en una espiral de insomnio, alcohol y tranquilizantes. Y las Chamorro hicieron lo que siempre habían hecho: quedarse. Sostenerlo. Acompañarlo. Estuvieron con él en su último concierto, el 26 de mayo, con su brazo escayolado, una escayola que ellas mismas habían pintado para animarlo.

antonio flores cantando
Antonio Flores cantando

Irene fue quien encontró a Antonio Flores sin vida

Y también estuvieron en su última noche. El 29 de mayo, Irene y Chelo permanecieron en El Lerele junto a el Pescaílla, Rosario, Antonio Carmona y otros miembros de su círculo cercano. Antonio no quería estar solo. Ellas no dudaron. Se quedaron. Y lo acompañaron hasta que el sueño lo venció.

Horas después, Irene encontró su cuerpo sin vida. Quieto. En la misma postura en la que se había acostado. Tenía 33 años. Y el corazón, roto desde que perdió a su madre, dejó de resistir.

Tras aquella noche, nada volvió a ser igual. La relación con la familia Flores se quebró. Las Chamorro se retiraron. Eligieron el silencio y desaparecer. Pero la historia las ha devuelto a la luz. Ellas fueron testigos de la despedida. Estuvieron allí, en El Lerele, en la última noche de un genio que se fue demasiado pronto.