Un milagro.

Así es como definió el caso Darrell Cass, el codirector del Texas Children's Fetal Center.

Margaret Boemer venía de recibir una primera mala noticia sobre el embarazo (el tercero que había vivido): uno de sus dos mellizos no había podido sobrevivir.

Aceptada la mala noticia, a las 16 semanas de gestación acudió al hospital para hacerse una revisión, y las malas noticias no tardaron a llegar de nuevo: la hija que llevaba tenía un teratoma sacrococcígeo. Esto es, un tumor que se desarrolla en uno de cada 35.000 fetos, y que surge a partir del coxis de los bebés.

Algunos de estos tumores pueden ser tolerados, pero en el caso de la hija de Margaret la enfermedad fue especialmente dura. El tumor chupaba la sangre del feto, lo que hacía que no pudiera crecer. "Es como una riña donde a veces el tumor gana, y el bebé acaba muriendo", afirma Cass.

Ante la situación, algunos médicos propusieron a la madre abortar, pero el Texas Children's Fetal Center le ofreció hacer una cirugía fetal. No iba a ser fácil, pero era la única opción que quedaba.

Así, a las 23 semanas de gestación la niña salió de la barriga para ver el mundo durante 20 minutos. En aquel rato, le fue extraído el tumor que ya medía lo mismo que el feto. Después, el bebé fue introducido otra vez dentro de la barriga de la madre.

Afortunadamente, el proceso salió bien, y la niña todavía tuvo tiempo de pasar 12 semanas más dentro de su madre hasta nacer.

CNN

Una vez llegada de forma definitiva al mundo, a los siete días de nacer, la niña volvió a ser operada para quitarle los restos de tumor que todavía tenía. Otra vez, volvió a salir bien.

Final más que feliz. La niña se encuentra perfectamente bien, y va de camino de seguir así: el doctor afirma que ya había practicado la misma operación a una niña que ahora tiene 7 años, que ahora es tan normal como cualquier otra.