La última aparición pública del rey emérito, con 81 años recién cumplidos, ha dejado a los cronistas reales preocupados. Parecía un espectro. Era el funeral de su hermana mayor, la infanta Pilar, de 83 años, y por la cabeza le pasó el dicho "Cuando las barbas del vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar". La que mejor lo ha explicado es la cronista catalana Pilar Eyre, experta en el emérito.
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Escribe Eyre: "Frente a Felipe, los padres inclinaron la cabeza, no así ante Letizia, a la que el emérito besó distraídamente, mientras había dirigido a su hijo una mirada suplicante conminándole a saludar a Cristina. Llamó la atención el rostro desencajado y la delgadez de Juan Carlos, que bailaba dentro de su abrigo. Tal vez esa tremenda pérdida de peso sea debida a que ya no toma cortisona".
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Dos detalles de Eyre: Juan Carlos no agacha la cabeza cuando pasa la reina Letizia porque ella es en parte la razón de su delgadez. A Juan Carlos le sobra medio abrigo. El que era un hombre de vida ahora está cadavérico. Viendo a Letizia mandar a Felipe, "Juan Carlos abatió la cabeza, derrotado, y no volvió a levantarla en toda la ceremonia".
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Felipe no saludó a su hermana Cristina porque es un títere de Letizia. Eyre publica en Lecturas una frase que prepara a España para lo que vendrá: "La rehabilitación pública de Cristina es tarea imposible, a pesar de los deseos del padre que, viendo como se acerca el final, querría dejar a su hija amparada y a la familia unida".
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La frase clave es "Juan Carlos ve como se acerca el final". No el de la monarquía. El suyo.