Jaime Peñafiel odia a Letizia Ortiz. Es un hecho irrefutable. No lo ha soportado nunca y no da la impresión que, a sus 89 años y con todas las batallas del mundo en la mochila, haya de cambiar y congraciarse con la reina de España. Va a ser que no. Su animadversión es legendaria, nacida en el principio de los tiempos, y coronada con la cuchillada final: desterrar al suegro y patriarca, Juan Carlos de Borbón. El único rey, según el cronista real. Un monarca legítimo que ha sido expulsado como un animal de una patada. Y lo que es peor, que el ejecutor ha sido su propio hijo, Felipe. El niño que conoció Peñafiel se ha convertido en monstruo por dos razones de peso: su ansia por conservar la corona y la pérfida influencia de su mujer, que no quiere a Juan Carlos cerca. Los zurra sin piedad, dibujándolos como gentuza por los sufrimientos que han infligido a su amigo.

Esta semana debe ser excitante para Jaime: el ídolo podría volver a casa. Es lo que dan por hecho casi todos los medios de comunicación y tertulianos. Todos menos una, la periodista y escritora Pilar Eyre, que lo considera un "despropósito". Siempre ha mantenido que Juan Carlos sólo volvería después de muerto. Pero viendo la jugada a raíz de la llamada de Felipe al padre durante una visita a los Emiratos Árabes, algo se ha movido. El hijo no se tan malo, Jaime, ¿ves? Le permitirá volver e irse de regatas antes de mantener un breve encuentro familiar tras cerca de 2 años huido y repudiado en Abu Dabi. Insuficiente para Peñafiel, que es mucho más juancarlista que monárquico. De hecho, no creemos ni que sea monárquico. Su carné es el del Club SuperJuanito, y punto.

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Letizia, Felipe y Juan Carlos / GTRES

El escritor, corresponsal de guerra y cronista borbónico acaba de publicar un libro más en su dilatada carrera. Apunta alto: "Alto y claro. Los secretos que nunca he contado". Sí, a pesar de haber escrito ríos de tinta y haberse pasado años en platós de televisión, todavía no ha desembuchado de todo. De hecho, vale más por lo que calla que por lo que dice, y le ha pedido a su mujer que cuando muera "queme mis archivos". Antes de hacerlo lanza una nueva ofensiva con este ejemplar. Y ofrece pedacitos de algunas perlas en entrevistas como la que encontramos en 'Jaleos'. Efectivamente: los trapos sucios los tira en la cara de sus enemigos. Los clásicos: Felipe y Letizia, ya mencionados, y la reina Sofía, otra que nunca falla. Tiene cosas pendientes personales, cosas feas: "Es una mujer muy complicada, muy mandona. Le tenía mucho afecto, pero cuando murió mi hija no se portó como yo esperaba. No le pedía nada. En el menos una especie de terapia para cambiar impresiones ya que ella presidía la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD). Me traicionó. Tardó dos meses en darme el pésame. En cambio, el Rey enseguida me llamó llorando".

Reina Sofía gesto serio jura bandera EFE
La reina Sofía muy seria / EFE

En cuanto a Letizia, ofrece detalles sorprendentes de cómo es su relación personal. Es inexistente la práctica totalidad del tiempo, pero han tenido encontronazos cara a cara. No los verán juntos y sonrientes en muchas fotografías. De hecho no hemos encontrado ninguna. Ni enfadados, vaya. Este estado de ánimo, de tensión, de desprecio y de disputa es el pan nuestro de cada día cuando han coincidido en acontecimientos sociales o profesionales. Atención a lo que suelta Jaime: gritos, amenazas y actitudes perdonavidas. "Le dije que ni me chillara ni me señalara con el dedo. Al final, zanjé el tema. Letizia, en las distancias cortas, gana. Pasaron diez años hasta que nos volvimos a encontrar en la cena de aniversario de El Mundo. Le tendí la mando y no me la daba. Le dije que iba a contar hasta cinco... me la dio y se fue". Qué buen rollito, ¿verdad?

leticia enfadada GTRES
Letizia con cara de pocos amigos / GTRES
Jaime Peñafiel Cuatro
Jaime Peñafiel enfadadísimo / Cuatro

Peñafiel dice que la prensa cortesana es muy ignorante y que sólo aplauden a Felipe. Y tendrá razón. Pero comer de la mano de Juan Carlos no parece tampoco la mejor alternativa. Él, sin embargo, ya es lo bastante mayorcito para hacer lo que le plazca. Con todas las consecuencias. ¡Ah! Y nosotros encantados de leerlo, claro.