La recepción en Marivent, este 4 de agosto de 2025, fue una de las más esperadas. Era la primera vez que la princesa Leonor y la infanta Sofía participaban. Los focos apuntaban a ellas. Más de 600 invitados. Medios de todo el mundo. Pero la verdadera sorpresa no fueron las jóvenes.
Quien más llamó la atención fue la reina emérita Sofía. Hasta el día anterior no pensaba asistir. Pero al final, como siempre, cedió por compromiso. Una decisión que no gustó nada a sus hijas, la infanta Cristina y la infanta Elena. Ambas consideraban que su madre no estaba en condiciones de acudir. Físicamente, Sofía está cada vez más débil. Mentalmente, vive angustiada por la salud de su hermana, Irene de Grecia, que sufre un Alzhéimer muy avanzado. La reina emérita apenas duerme. Se encuentra agotada.

Las infantas Elena y Cristina, indignadas con la presencia de Sofía en Marivent
Pero hay algo aún más grave. El clima familiar. Cristina y Elena saben que la relación entre su madre y Letizia, Leonor y Sofía es prácticamente inexistente. No se hablan. No hay afecto. La ignoran. Y verla allí, en público, expuesta y apartada, fue una humillación.
La periodista Pilar Eyre lo describió con crudeza. "No sonríe con los ojos. Solo con la boca. Sus nietas la cogen del brazo de una forma que se nota que no es habitual, que no forma parte de ese núcleo familiar, que no tienen trato… como cuando ayudas a una señora por la calle porque no ve bien. La llevan de una forma forzada. Ella también sonríe de forma forzada. Intentaba incorporarse a la conversación, estar ahí, pero se la veía apartada, no le hablaban, miraba de reojo a sus nietas".
Ignorada por todos, incluida su familia
El momento más doloroso fue tras el besamanos. Se formaron los típicos corrillos, pero Sofía quedó fuera de todos. Y aunque lo disimuló, sus ojos decían todo. Una reina apartada por su propia familia.

Cristina y Elena se sintieron indignadas. Le reprocharon que obligara a su madre a asistir. Que permitiera ese trato frío y distante hacia ella. Pero tendrán que vivir con su indignación. Porque Felipe VI no reaccionó. Para él, su madre sigue cumpliendo con su papel. Aunque para algunos sea a costa de su dignidad.
Tal y como señala Eyre, la emérita tiene tan interiorizado el sentido del deber, que lo haría todo por su hijo. Incluso si eso significa levantarse de su lecho de muerte. Incluso si eso implica aguantar desplantes y frialdad. Todo por la corona. Todo por Felipe.