De Juan Urdangarin apenas se sabe nada. Siempre en un segundo plano, ha querido mantener un perfil discreto, casi invisible, mientras sus hermanos acaparaban titulares, especialmente Miguel e Irene Urdangarin. Pablo se convirtió en el portavoz involuntario de la familia tras la separación de sus padres; Miguel e Irene han estado viviendo en Zarzuela el año pasado; pero Juan, el primogénito, decidió seguir su propio camino lejos del ruido mediático. Instalado en el Reino Unido desde sus años universitarios, apenas se deja ver, salvo en ocasiones contadas como el funeral de Constantino de Grecia, donde acompañó a su madre.

El mayor de los Urdangarin no lo ha tenido fácil. Fue el primero en soportar, en carne propia, la vergüenza pública que rodeó a sus padres durante el caso Nóos. En su etapa escolar llegó a sufrir burlas y acoso; en la calle escuchaba cómo llamaban “chorizo” a su padre. Aquellos episodios dejaron una huella profunda. La infanta Cristina, consciente del sufrimiento de su hijo, recurrió durante años a la ayuda de psicólogos para intentar estabilizarlo. Aún hoy se comenta que acude de vez en cuando a terapia.
Mientras sus hermanos se han mostrado más sociables, Juan ha preferido la reserva absoluta. No tiene interés en la exposición pública ni en aprovechar el apellido para brillar. Su mundo es otro: profundamente religioso, con una espiritualidad que recuerda a la de su abuela Sofía y a su tía Irene de Grecia, a quien se la conoce por su labor en proyectos solidarios y su inclinación mística.
Juan Urdangarin quiere dejar el trabajo para irse de misiones
No sorprende entonces que Juan haya buscado refugio en causas sociales y humanitarias. Ha colaborado en iniciativas cerca de la frontera entre India y Nepal con la ONG Entreculturas, y también en Camboya, junto al sacerdote jesuita Enrique Figaredo, a través de la Fundación Sauce. Su vida gira en torno a la ayuda a los demás, pero también a la búsqueda personal. En sus periodos libres, no es raro que se retire a monasterios aislados, sin móvil, sin conexión, sin distracciones. Su único objetivo es encontrarse con Dios y hallar un sentido a todo lo que ha vivido.
En Zarzuela preocupa esa necesidad de desconexión casi extrema. Cristina teme que su hijo mayor esté demasiado perdido y que su deseo de marcharse a la India en busca de respuestas lo aleje todavía más de la familia. Para ella, Juan sigue siendo un muchacho sensible, marcado por un pasado doloroso y con un futuro incierto. No tiene pareja conocida, no busca protagonismo, y parece vivir en una constante búsqueda espiritual. Una especie de alma errante que, a diferencia de sus hermanos, no quiere ni trono ni titulares, solo paz interior. Ahora querría dejar su trabajo para irse a la India durante una larga temporada con la intención de encontrar a Dios. Quiere hacer una misión para encontrarle sentido a su vida. La infanta Cristina está muy preocupada.
