Los seis sobrinos Borbón del rey Felipe han caído ya en la misma maldición: son todos hijos de padres divorciados. Si no fuera por los millones del abuelo Juan Carlos que riegan a final de mes a los seis podría decirse que son jóvenes de familias desestructuradas. Ningún matrimonio de Zarzuela ha sabido evolucionar, madurar y convertir el enamoramiento en una relación estable de confianza, respeto y amor familiar. El pésimo ejemplo de Juan Carlos, engañando ante toda España a su mujer, la reina Sofía, ha hecho que los tres matrimonios de los hijos sean un desastre. Elena y Cristina han dado el paso legal y se han divorciado de sus maridos, hartas de infidelidades y traiciones. Felipe aguanta porque, como sus padres, los reyes no se divorcian. Ser hijos de padres que no se soportan, como las infantas con Marichalar y Urdangarin, ha acabado siendo la coartada perfecta para que los jóvenes primos de Leonor, todos, hayan decidido que ni estudian ni trabajan. Han decidido que ya no tienen que esconderse: vivirán de los 1800 millones de euros que heredarán, los seis, de la fortuna oculta de Juan Carlos. El último en caer ha sido Miguel Urdangarin. Ha dicho basta. Se toma un año sabático. A los 21 años. Como si estuviera agotado de una vida de esfuerzo y sacrificio ha decidido que este año, como Irene Urdangarin, no piensa hacer nada.

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Miguel Urdangarin deambula solo por Ginebra, GTRES

El virus de la pereza contagió a los Marichalar: Froilán colgó los estudios y acabó en los Emiratos para disimular que no hace nada. Su hermana Victoria Federica es la peor ya que exhibe en Instagram su vida hedonista, sin ninguna formación, ni trabajo, ni dedicación más allá que la dolce far niente, el dulce no hacer nada. Quiere ser influencer pero no suma seguidores por antipática, mal operada y poco fotogénica. El problema es que desde que Iñaki Urdangarin se divorció de la infanta Cristina y dejó claro que quería que su exmujer lo mantuviera de por vida, con una pensión de divorcio de muchos millares de euros mensuales para callar, sus hijos han tomado nota. Primero fue Juan Urdangarin, el primogénito, que se exilió en Londres donde solo se lo ha visto cargando botellas de agua en un rally de coches eléctricos de la empresa de Alejandro Agag. Acompaña a su madre a algunos actos pero parece que sufre algún tipo de autismo, un trauma por el bullying que sufrió en el Liceo francés que lo llevó a seguir tratamiento psicológico. No se sabe en qué se dedica pero lo hace lejos. La pequeña Irene decidió que estudiar Hostelería era demasiado trabajo y lo colgó todo con una excusa lamentable: se saca el carnet de conducir a Móstoles. Ni estudia ni trabaja, hace vacaciones en Camboya. Y ahora el hijo pequeño, Miguel, que según Hola ha colgado todo el año universitario con otra excusa barata: hacerse monitor de esquí. Como Irene, una excusa para contar l mundo entero: yo no pienso hacer nada.

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Irene y Miguel con su madre en Suiza, GTRES

Todos viven como mantenidos por el emérito, que les dijo que los pagaba los estudios que no estudian y ahora les paga la vida de pijos maleducados. Solo se salva Pablo, el hijo deportista que intenta abanderar la familia y abanderar la delegación española de unos Juegos Olímpicos. De momento sus contactos no le han permitido ser seleccionado para París 2024. Su club, el Granollers, no ha pasado de hacer un papel correcto en la Liga Asobal, donde no es ni titular indiscutible. Un jugador menor en un equipo pequeño, cosa que no le ha permitido ser lo que pretendía, triunfar como su padre en el balonmano. Pablo, según parece, sigue estudiando las horas disponibles para ser gestor deportivo, pero su buena imagen no salva el papelote de sus tres hermanos y dos primos.

La prensa rosa habla de año sabático en chicos y chicas Urdangarin que no pasan de los 20 años como si estuvieran tan estresados que necesitaran parar. Mientras Leonor tiene un plan perfecto: de soldado y una carrera universitaria, sus seis primos ofrecen la imagen de los hijos de Carolina y Estefanía de Mónaco: unos pijos, holgazanes y aprovechados. Letizia tiene razón, ninguna foto con los primos hará bien a Leonor.