En el corazón del Palacio de Buckingham, las alarmas no solo suenan por la delicada salud de Carlos III, sino también por la de su esposa, Camilla Parker Bowles, quien atraviesa un periodo crítico que ella misma parece empeñada en ignorar. Tras sufrir una grave infección de pecho que la dejó debilitada durante semanas, la reina consorte ha sido advertida por sus médicos: debe reducir su ritmo, abandonar el tabaco, moderar el alcohol y priorizar el descanso. Sin embargo, Camilla no está dispuesta a renunciar a los hábitos que la han acompañado durante toda su vida.
A sus 78 años, la reina consorte sigue fumando y bebiendo con regularidad, incluso en días de actos oficiales. Quienes la conocen afirman que esas costumbres no solo son un placer para ella, sino su manera de “mantener la calma” en medio del huracán mediático que rodea a la monarquía británica. Pero esta obstinación está pasando factura, especialmente ahora, cuando su rol público ha crecido exponencialmente debido a la fragilidad de Carlos III.
Resistencia y protagonismo: la dualidad de la vida pública de Camilla Parker Bowles
Mientras los médicos de la Casa Real británica insisten en que reduzca sus compromisos, Camilla ha tomado la decisión opuesta: ha incrementado su presencia en eventos oficiales, representando a la Corona en actos internacionales en los que su marido no puede participar. Ya no es la mujer que se refugiaba en su jardín para evitar cenas de Estado; ahora se muestra como una figura activa, decidida a no perder protagonismo.
Este cambio de actitud no es casual. En su entorno aseguran que Camilla teme ser recordada como una figura secundaria en la historia de la realeza, y su obsesión por dejar huella la ha llevado a ignorar los límites de su propio cuerpo. Cada aparición pública, aunque proyecta una imagen de fortaleza, deja entrever señales de agotamiento: gestos tensos, movimientos más lentos y una tos persistente que preocupa a su equipo médico.
Un estilo de vida que amenaza con un desenlace preocupante
Fuentes internas confirman que los doctores de Buckingham temen que Camilla no resista este ritmo por mucho tiempo. A su edad, el consumo regular de tabaco y alcohol, combinado con un historial de infecciones respiratorias, puede derivar en complicaciones graves que van desde problemas pulmonares hasta un colapso físico inesperado. Sin embargo, la reina consorte se muestra inquebrantable y rechaza cualquier intento de modificar su estilo de vida. Ni siquiera las súplicas de los asesores más cercanos logran cambiar su postura. Quienes conocen bien a Camilla aseguran que su voluntad férrea y su negativa a dejarse influenciar siempre la han caracterizado. Sin embargo, esta rebeldía, que en otros tiempos fue parte de su encanto, hoy la está empujando hacia una situación límite.
Mientras Carlos III libra su propia batalla médica, Camilla parece dispuesta a sacrificar su bienestar para mantener la estabilidad de la institución. Sus compromisos no solo la exponen al desgaste físico, sino que aumentan el riesgo de que la monarquía británica se vea golpeada por una doble crisis de salud en la cúpula, dejando a la Corona en una situación aún más vulnerable. No obstante, Camilla Parker Bowles ha decidido que no quiere ser recordada como la consorte apagada de un rey enfermo. Quiere ser la reina que lo sostuvo, la que no se quebró, aunque en realidad esté rompiéndose por dentro.