Aunque en los últimos años Alberto, Carolina y Estefanía de Mónaco han demostrado un gran respeto por sus padres, la verdad es que los tres se enfrentaron a una relación complicada, especialmente con Rainiero. Una relación que, por momentos, se convirtió en un conflicto, especialmente entre el príncipe y su heredero. A pesar de que los Grimaldi siempre dieron la impresión de ser una familia unida y feliz, la verdad es que como en todo, había un trasfondo que pocos conocían, y el más complicado la familia eran las exigencias y presiones que ejercían los padres, sobre todo Rainiero. 

¿Cómo fue la infancia de Alberto, Carolina y Estefanía de Mónaco? 

Desde que era muy niño, Rainiero enseñó sobre la vida política y económica del principado a su hijo. Sin embargo, Alberto, de carácter afable y bondadoso, consciente de su responsabilidad, no podía evitar sentir una enorme presión, especialmente si pensaba en la historia de sus padres, que ocupó portadas durante décadas, debía estar a la altura, tal como recoge MujerHoy en su sitio web. 

Según el historiador francés Philippe Delorme “Alberto debía ser perfecto”. “Esto hizo que las relaciones entre padre e hijo no fueran siempre buenas. Rainiero se sentía siempre insatisfecho, Alberto nunca hacía lo suficiente”, añadió´. Sin embargo, la enfermedad los unió. Alberto era consciente de que llegaba su turno en la historia del Principado. Padre e hijo tuvieron que aprender a trabajar juntos. Rainiero se sometió a una operación de corazón en 1994 y en los últimos años, sus conversaciones fueron largas. En 2001 se enfrentó a un cáncer de pulmón. Empezó a delegar en Alberto, que le representaba especialmente en los viajes al extranjero.  

Por su parte, Carolina, la primogénita, y Estefanía, sintieron también esa presión, aunque a su manera, puesto que no iban a ocupar el trono. Pero fue la forma en la que fueron educadas, al igual que su hermano. Hace unos años, en el libro Alberto II, publicado cuando el príncipe cumplió sesenta años, Carolina confesó la infancia solitaria que habían vivido los tres hermanos.  

La prueba de ello es que solo comenzaron a compartir la mesa con sus padres a partir de los 14 años. Hasta entonces, convivían prácticamente el cien por cien del tiempo con su “nanny” británica. “Se habló mucho de que nuestra forma de ser educados era muy moderna, pero la realidad es que estábamos alejados del mundo”, explicaba Carolina.  “Cenábamos en la guardería con nuestra cuidadora, Maureen King”. Aquello creó una estrecha relación entre los hermanos. La complicidad era especialmente fuerte entre Alberto y Carolina. Rainiero nunca entendió que sus hijos necesitaran a otros niños. Y, luego, a medida que fueron creciendo, vivió con sorpresa y sensación de fracaso que se revelaran y no cumplieran sus designios. 

Estefanía creció también bajo los focos, a pesar de que siempre se dijo que fue la preferida de Grace y Rainiero. La tragedia de la muerte de su madre, en septiembre de 1982, elevó esa presión hasta límites insoportables para la joven princesa. Pero su padre vivía su propio infierno y no tenía fuerzas para fijarse en su hija. El resultado fue un grave trauma afectivo para Estefanía de Mónaco.