A caballo entre la década de los 70 y los 80 nació en el Bernabéu la leyenda del espíritu de Juanito. Eran los años de la decadencia franquista, de la muerte plácida del dictador en la cama, del traspaso de poderes con la monarquía borbónica, de aquella transición -modélica según algunos y cuestionable para tantos otros-. El reinado del madridismo en España era indiscutible (no como ahora). El Real Madrid internacionalizaba su supremacía en Europa con un sello marca de la casa. Cuando lo daban por muerto y crucificado, resucitaba. Y lo hacía encomendado al nervio, la pasión y el espíritu ganador de su jugador emblema: Juanito. Aquel símbolo de las remontadas se ha seguido invocando a lo largo de los años, con más o menos fortuna. Junts per Catalunya sabe de qué va la cosa. Su Juanito se llama Carles Puigdemont.

Este viernes santo cruzamos el ecuador de la campaña y entramos en la fase final hacia el 28-A, la decisiva. Junts per Catalunya llega con el viento en contra y sin que el árbitro, la Junta Electoral, haya dejado jugar a sus delanteros de referencia: Jordi Sànchez, Jordi Turull y Josep Rull. Delante de la presión ambiental, el colegiado ha optado por modular la amonestación y permitirles aparecer durante unos minutos. Lo ha hecho con Turull y Rull este fin de semana. Y el pasao jueves, con Sànchez, que ha repetido este domingo. Su primera reaparición fue revulsiva. Punto de inflexión. El mariscal de campo Sànchez pautó la estrategia: borrar líneas rojas, referéndum como condición pero no como imposición, apertura al diálogo y construir puentes con el rival.

Llegados a este punto, en las filas de JxCat empieza a resonar con fuerza el espíritu Puigdemont. Aquel que irrumpió el 21-D, cuando la eliminatoria contra el eterno rival, ERC, parecía perdida. Las apuestas les daban perdedores, hasta el punto que una encuesta de La Vanguardia, pocos días antes, les pronosticaba un resultado paupérrimo, catorce diputados en el Parlament por más de cuarenta de ERC. La victoria final fue para Ciutadans, pero ellos ganaron la disputa dentro del flanco independentista. 948.233 a 935.861. 34 a 32. Una diferencia de 12.372 votos y dos escaños. Leído en clave de suma: 1,9 millones de electores a favor de la independencia. Aquella noche, en la habitación del hotel donde el equipo de campaña de JxCat seguía el escrutinio conectado por videoconferencia con Carles Puigdemont hubo fiesta loca. Se sumó incluso Toni Comín, que había jugado la final por el equipo contrario.

La referencia, medio millón de votos

"Vamos a Madrid a plantar cara y a dar la cara", afirman en Junts per Catalunya. Para hacerlo con suficiente fuerza, dicen, necesitan un resultado potente para poder condicionar la investidura, y la legislatura, de Pedro Sánchez. El cántico para animar la grada, "llenar las urnas de Puigdemont", responder a aquellos que niegan la independencia y el derecho de autodeterminación votando por quien, según las palabras del propio president Quim Torra, "lidera el independentismo por todo el mundo".

La hazaña pinta difícil. Pero ya lo hicieron una vez. En los vestuarios, utilleros, masajistas y preparadores técnicos no esconden los nervios que les generan los sondeos. "Esperamos no hacernos daño, igualar los resultados que tenemos ahora en Madrid ya sería una victoria".

El referente, las últimas elecciones generales, las de junio de 2016 -aquellas que se tuvieron que repetir-. Entonces en la papeleta decía CDC. Obtuvieron 481.839 y 8 escaños. ERC superó los 600.000 y alcanzó un diputado más, 9, y grupo propio en el Congreso. Lejos queda el millón de votos y los 16 escaños que recogió Convergència y Unió en 2011. De aquello hace ocho años. Ha llovido mucho. CiU ha muerto, UDC ha desaparecido y Convergència está en liquidación.