Santi Vila acaba de publicar un libro sobre héroes y traidores en que habla de los recientísimos hechos de octubre en Catalunya, lo cual demuestra en primer término una velocidad de escritura envidiable y una capacidad bovina para digerir la historia de quien-dice-anteayer. Pues bien, en el libro Santi explica cómo pidió a Oriol Junqueras que presionara a Carles Puigdemont para adelantar elecciones, unos comicios que, según el antiguo conseller, perdería a buen seguro como candidato pedecátor, pero que asegurarían la presidencia al republicano y la no aplicación del 155: "Si no hacemos el burro —le dijo Santi— dentro de tres meses serás president". El fragmento es admirable, viniendo de un político que se autodefine como moderado, pues diría que eso de incumplir las promesas de aplicación de un referéndum, como así hizo el gobierno del cual Santi Vila formaba parte, no es cosa propia de gente sobria y sensata.

Pero sorprende todavía más esta pretensión de hacerse pasar por templado cuando has propuesto traficar de esta forma tan desvergonzada con la presidencia del país, un cargo en el cual te presentas con la noble intención de perder, a cambio de no romper con la legalidad española, noción que en el idiolecto santivilesco también se debe poder subsumir en la conducta juiciosa de "no hacer el burro". Hay que decir que, visto el comportamiento de la mayoría de nuestros líderes, la opción de Santi Vila es comprensible, porque aquí todo el mundo va regalando lecciones sobre republicanismo y valentía mientras podemos comprobar a diario como la judicatura española marca la agenda de nuestros parlamentarios. Que Vila quiera salvarse lo enmarca en el mundo de la política y sus miserias; pero que jugara con la presidencia del país como en una tómbola lo acerca todavía más al universo de la triple moral.

Un político como Vila tenía sentido justamente cuando el soberanismo podía hacer el llorica y sobrevivir pactando con las élites madrileñas para repartir cuatro duros a la Generalitat

Sin embargo, tanto Vila como la mayoría de políticos soberanistas creen que podrán hacer marcha atrás en el tiempo, como si la memoria del 1-O y de sus promesas de coger la directa después del referéndum se pudieran olvidar fácilmente por parte de los electores. Porque tan ridículo y pretencioso es pensar que Catalunya volverá al autonomismo tranquilo con la sola acción de Rajoy y de su tropa jacobina, como pensar que la mayoría de electores indepes se quedarán de brazos cruzados viendo como la mayoría de sus líderes vuelven a hablar como Jordi Pujol mientras ya piensan en cómo repartirse ayuntamientos con Iceta en las municipales del 2019. Un político como Vila tenía sentido justamente cuando el soberanismo podía hacer el llorica y sobrevivir pactando con las élites madrileñas para repartir cuatro duros a la Generalitat, y no es extraño que pueda presentarse al mundo bajo el lema "ni DUI ni 155", que comparte con la híper-alcaldesa de Barcelona, por el simple hecho de que no los compromete a absolutamente nada.

Pero ahora, a falta de recursos y con un electorado que (espero y toco madera) cada día será más exigente, el aura de Vila se perderá irremisiblemente por mucho que La Vanguardia le sufrague operaciones de lavado de imagen. Pero que los líderes no se confíen: si siguen imitando a Vila en su ambigüedad, acabarán sonando igualmente poco creíbles y quedarán devorados por su propia retórica vacía. Lo peor en política no es ser visto como un héroe o como un traidor, sino que tu falta de determinación te haga invisible.