El mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe adónde va.
Saint-Exupéry

Les confieso que tuve una ilusión adolescente por un zaguero de jai alai. El vasquito jugaba en el frontón y ahí que acabé yo, viendo partidos de pelota a troche y moche. ¡Lo que no haga el amor! Debe ser por eso que en los últimos días me ha parecido identificar el juego que se traen ante nosotros tanto Sánchez como Llarena y que no es otro que la cesta punta y en el que Puigdemont es nada menos que la pelota más codiciada. Un juego peligroso y con grave riesgo para los pelotaris, que fue deporte de exhibición en al menos tres olimpiadas y que se juega con profusión en Euskadi y con sueldos astronómicos en Estados Unidos y México. Ahí perdí yo al zaguero, haciéndose de oro en Miami.

No sé si alguna vez habrán disfrutado de un partido, que se juega por parejas armadas con una especie de prolongación del brazo, la cesta, y en el que la pelota tras pegar en la pared del frontón debe botar al menos una vez y antes del número 4, para poder ser recogida y reenviada por el pelotari. Poca broma, porque la pelota llega a alcanzar los 270 kilómetros por hora y es preciso jugar con casco y un montón de protecciones y, aún así, un golpe a esa velocidad puede ser fatal. A tan peligroso empeño y sin ningún entrenamiento se ha lanzado el Gobierno en la cosa catalana. Lanzando declaraciones, afirmaciones y deseos que no saben muy bien dónde acabarán cuando reboten en Europa ni cuándo ni a quién alcanzarán cuando hayan cogido velocidad vertiginosa. Un riesgo inaudito e incontrolable, aun teniendo buen zaguero.

Veamos el primer lanzamiento de bola, en boca de la vicepresidenta Montero: “Desde el primer día dijimos que la homologación con los delitos de nuestros vecinos europeos podría facilitar la extradición de Puigdemont, y ojalá así sea”. Les digo que están convencidos, o sea, que no es fachada, que es lo que van contando en los corrillos. Dejemos aparte lo de decir extradición por euroorden, total, es vicepresidenta económica. Al principio pensaba que sólo jugaban esta pelota mirando hacia el tendido del PP, para invalidar su acusación de haberse rendido a ERC, pero luego he visto que no, que de verdad lo esperan. Yo no entiendo por qué hacen estas declaraciones, y no sólo por la incoherencia política de indultar y luego reformar y luego dar botes de alegría pensando en juzgar a Puigdemont, que ya de por sí es absurdo; no, lo digo por la cuestión jurídica. Montero alaba el auto de Llarena porque “puede que facilite la extradición”, debe estar en el argumentario, pero no explica cómo si se le reclama ahora por malversación y desobediencia pretenden que funcione la euroorden, cuando Bélgica ya les dejó claro que esos dos delitos NO ESTÁN en los de los automatismos de la OED. Vamos, que ya Lamela intentó marcar corrupción y le dejaron clarito que ese delito en la UE son los cohechos y que otra cosa no cuela. Tampoco la desobediencia está en el catálogo.

¿A qué lanzar esa bola a toda velocidad contra un independentismo que, sin duda, iba a encalabrinarse? En un frontón es mala cosa perder de vista la pelota, puede tumbarte sin remedio

No hay una sola bola en el frontón, hay muchas y cruzadas. Dejemos aparte el lío que ha montado Llarena con el quita y pon de oedes y con su auto del pasado jueves, que según parece no termina de entender bien ni la Fiscalía belga y eso que envió las 70 páginas traducidas al día siguiente de dictarlo, lo que constituye o un prodigio de velocidad en traducción jurada o una muestra de que lo tenía preparado desde bastante antes. El caso es que allí no saben muy bien si quita y pone pero entonces deja pero volverá a dictar. Llarena en su laberinto. Me gustaría muchísimo saber cómo guarda y clasifica los hitos procesales, porque a veces da la sensación de que la pelota lo voltea cuando vuelve. Cosas mías.

Lo más posible es que el hombre que sabe siempre adónde va, Sánchez, y su zaguero, Félix Bolaños, se encuentren con que la bola Puigdemont rebota y vuelve como no esperan y cuando menos les interese. Cuentan con que podrán ponerse en campaña la medalla “mucho ladrar pero Rajoy no pudo y yo traje a Puigdemont” mientras que los escenarios son o bien que las cosas le vayan muy bien al expresident en Europa estos primeros meses del año y se lo encuentren en chanclas en Palamós allá por la primavera —¿bola de antes de las municipales y autonómicas?— o que si el juego les va como parece que desean y Puigdemont perdiera la inmunidad, no estaría entregado antes de 2024, o sea, después de las generales. Ellos están convenciendo a todo el que les quiere oír que llevan punto, cuando a lo peor pueden llevarse un golpe.

Luego está el torpe o quizá malvado pelotari togado. Según me cuentan, la última jugada que ha puesto en marcha es la de dictar una orden de detención nacional contra Clara Ponsatí por el delito de desobediencia, un delito por el que nunca fue procesada en el auto firme de marzo de 2018. A Ponsatí se la procesó por rebelión, lo que queda a estas alturas fuera de juego, como la sedición, y tras la sentencia se le dejó de imputar la malversación “al haberse limitado a firmar un compromiso de pago que no se materializó”. En todo caso, esa supuesta desobediencia estaría más que prescrita, según su abogado que ha presentado recurso en el Supremo. ¿Qué jugada, pues, es la que hace Llarena lanzando esa pelota? Ordenar detener a una europarlamentaria si vuelve a su país “para tomarle declaración”, sin haberla citado nunca y por un delito por el que nunca la acusó, que estaría prescrito y que ni siquiera acarrea penas de cárcel? A qué juega Llarena ya lo sabemos, otra cosa es que en Europa entiendan el juego.

Que lo del procés y Catalunya se ha acabado es un pensamiento mágico, un conjuro lanzado por el zaguero Bolaños, porque las cosas no se acaban cuando lo decides, sino cuando en efecto se terminan. ¿A qué lanzar esa bola a toda velocidad contra un independentismo que, sin duda, iba a encalabrinarse? En un frontón es mala cosa perder de vista la pelota, puede tumbarte sin remedio. Hay mucho partido este año por delante. Por el contrario, parece que un extraño estratega se hubiera empeñado en lanzar varias pelotas a la vez y que todas pueden volver rebotando aquí y allá en plenos procesos electorales.

Lo dicho, nos espera la jai alai, o traducido, la fiesta alegre.