Los payeses catalanes escamados con las sorpresas meteorológicas de fin de temporada tienen un refrán que viene a decir que no puedes contar con el trigo hasta que lo tengas segado, en el saco y bien atado. Trasladado a la política se añade ahora y “hasta que la CUP haya votado”. Aun así, y a riesgo de equivocarnos como siempre sobre lo que harán los anticapitalistas, lo que parece más probable es que fuercen unas nuevas elecciones muy pronto, pero no tan pronto como la próxima semana.

Las encuestas les son favorables, pero también saben que romper la mayoría soberanista e impedir el levantamiento del 155 ahora mismo también tendría un coste para ellos. Así que parece que gana terreno en las filas cupaires facilitar, de momento, la investidura de Quim Torra —solo para acabar con la aplicación del 155— y luego liderar una ofensiva de oposición republicana al Govern de la Generalitat que haría imposible aprobar presupuestos ni nada que fuera trascendente y que, por lo tanto, desembocaría en unos comicios; eso sí, convocados desde la plaza de Sant Jaume y no desde la Moncloa.

Cuando Quim Torra ha hablado de Govern provisional no se refería exactamente a eso, pero algunos diputados de los grupos que lo apoyan no ven con malos ojos la idea de recuperar el autogobierno y al cabo de unos meses que cada uno se presente a las elecciones con un programa sincero, autonomista, soberanista, independentista o republicano, de derechas, de izquierdas o de centro, pero dejando claro hasta dónde están dispuestos a llegar, qué líneas rojas se atreverían a cruzar y cuáles no. Consta que no solo en la CUP, también en ERC y en el Partit Demòcrata no son pocos los que tienen unas ganas enormes de recuperar su identidad política a base de defender su proyecto ideológico específico, sin tener que compartirlo con otras fuerzas distintas, distantes y electoralmente rivales.

Así que el ilustre diputado Joaquim Torra y Pla, que ha hecho un discurso que se hacía escuchar, ha defendido su candidatura a la presidencia de la Generalitat presentando un programa de gobierno pensado básicamente para resistir. Resistir la ofensiva del Estado español contra el autogobierno catalán y contra las aspiraciones soberanistas de una mayoría social y política del país y construir la República. Los líderes parlamentarios de la oposición le han pedido todo lo contrario, que acepte y asuma los encarcelamientos y el exilio forzado de los líderes soberanistas como hechos consumados  imponderables y se dedique a administrar lo cotidiano con ilusión. En eso consiste la rendición unilateral.

Ni decir tiene que ambos planteamientos son ahora mismo imposibles. El Govern de la Generalitat no podrá construir ninguna república porque no tendrá ni el dinero ni los instrumentos para hacerlo y sí en cambio un ejército de vigilantes de la playa dispuestos a abortar cualquier iniciativa, aunque sea en el ámbito de la sardana. Pero ni el gobierno Torra ni la mayoría soberanista tampoco se rendirán unilateralmente mientras haya presos políticos y exiliados, porque lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.

Llegados a este punto, todas las propuestas de diálogo parecen tan bienintencionadas como se quiera pero no pasan de retóricas. Basta leer el comunicado del Gobierno español y los tuits de Albert Rivera para entender que la tensión no bajará, sino que subirá a medida que se acerquen los juicios y las elecciones municipales y europeas. El conflicto catalán es un tesoro para la derecha y la extrema derecha españolas porque les permite mantener movilizadas sus bases sin tener que mojarse en otros asuntos electoralmente menos rentables. Pero como la represión y la existencia de represaliados hace imposible la normalización política, tendremos que esperar un cataclismo ahora difícil de imaginar que nos permita vislumbrar un horizonte de felicidad.