El nuevo conseller de Interior, Joaquim Forn, es el típico catalán de orden que el autonomismo intentó estigmatizar y eliminar a través de los complejos pujolistas y de las ideologías que sostuvieron el muro de Berlín. Nacido en Barcelona en 1964, se educó en el Liceo Francés, no por elitismo, como dice la carraca unionista, sino por resistencia al oscurantismo español.

Hijo de una ecuatoriana y de un barcelonés del Eixample, sus padres consideraron importando que identificara la disciplina y la razón con una manera de estar en el mundo democrática y abierta, no inquisitorial y salchichera. De esta manera pudo crecer hablando castellano con la madre y francés con los maestros sin sufrir complejos de inferioridad ni empanadas de cariz identitario o ideológico, disfrazadas con discursos intelectuales de quiosquero.

A los 13 años, Forn se apuntó a las clases voluntarias de catalán que el Liceo Francés daba en la hora del patio, para completar la educación que había recibido en casa. Antes de empezar a estudiar Derecho, se afilió a CDC de la mano del exalcalde de Sant Cugat Lluís Recoder, que veraneaba con él en Canyamars, el pueblo del campesino que intentó matar a Fernando el Católico.

En la facultad participó en la refundación de la FNEC, un sindicato del tiempo de la República, que intentaba catalanizar la universidad y que entonces ya reivindicaba la autodeterminación. Bajo la tutela honorífica del poeta J.V. Foix, Forn fue el primer presidente electo de la FNEC moderna, que dirigió entre 1986 y 1988, y que ha tenido un papel importante en la formación de otros dirigentes independentistas como Oriol Junqueras.

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En esta época y hasta 1992, Forn aparcó su actividad en CDC y se comprometió con la catalanización de los Juegos Olímpicos. Ahora parece imposible, pero entonces las campañas del Ayuntamiento trataban de evitar que los barceloneses pusieran banderas en los balcones, con anuncios de televisión que animaban a colgar la bandera del Barça o de la ciudad, en la modalidad alterada por el franquismo -las cuatro barras divididas en dos españolas.

Con campañas como Freedom for Catalonia, Forn y cuatro amigos suyos -como Oriol Pujol i Ferrusola o Marc Puig- consiguieron que la independencia volviera a formar parte del imaginario de país, desligada de utopías y proyectos demenciales. Acción Olímpica no logró todos los objetivos, pero si la catalanidad no fue borrada del mapa durante los Juegos, si los Juegos hoy no nos matan de vergüenza, no fue gracias a Maragall o a Samaranch; fue gracias al tipo de campañas que organizaron Forns y sus amigos -y otras organizaciones del mismo estilo-, pitada al rey incluida.

Después de los Juegos Olímpicos, Forn se concentró en hacer carrera política en CDC y se presentó de presidente de la agrupación de la derecha del Eixample. En 1999 entra de concejal en el Ayuntamiento de Barcelona y un año más tarde la policía le fractura un brazo en una paliza para intentar defender, como representante de la ciudad, a unos jóvenes que querían desplegar una senyera durante un desfile militar. Es raíz de aquella agresión que Forn aprovecha para presentarse como independentista en una entrevista, cosa que pocos convergentes de la época habrían osado hacer.

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Forns es un hombre alto, corpulento, de movimientos lentos y bovinos, que hace pensar en aquella frase que dice que cuando un hombre tranquilo se molesta o se deja llevar por el corazón es capaz de hacer temblar la tierra. Si el conseller no fuera un hombre empático y contenido, con un sentido de la justicia fuerte, no habría conseguido mantenerse cerca de los círculos de poder sin renunciar en sus ideas o volverse un cínico.

Un poco como el presidente Puigdemont, el conseller Forn es uno de estos convergentes que siempre han luchado por conseguir la independencia sin hacerse las víctimas ni los héroes imprescindibles. Quizás por eso los dos han entendido bien -y han aceptado- las limitaciones de su partido a la hora de llevarla a cabo y nunca han perdonado la vida a las personas que la buscaban por vías alternativas, normalmente más directas.

La gente que piensa que Forn es paradito, no tiene ni idea de cuán difícil ha sido ser independentista en Barcelona sin acabar arrinconado. El conseller de Interior ha resistido en la vida política de una ciudad dominada por dinámicas anticatalanas que han tratado de convertir el conservadurismo en una ideología perfecta para eunucos y las izquierdas en una forma refinada de cinismo. En Barcelona, zona cero de la ocupación española, el franquismo ha dejado un rastro de mediocridad y chabacanería más difícil de borrar.

Hasta hace poco, para ser independentista y sobrevivir en los círculos de poder de Barcelona te tenías que hacer mucho el campesino. Era tan difícil ser independentista que ni Maragall se dio cuenta de que Catalunya existía mientras fue alcalde, ni se molestó en llamar a Forn cuando la policía le rompió el brazo. Forn ha vivido protegido bajo un perfil técnico, y ha aprendido a tomarse la política con filosofía, cosa que implica acostumbrarse a hablar a través de los resultados y los pequeños detalles, más que de los discursos.

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En los 18 años que ha trabajado en el Ayuntamiento, Forn ha reconocido siempre el trabajo modernizador hecho por los socialistas, sin olvidar los límites que pusieron al crecimiento de la ciudad ahogando su catalanidad y su relación con el país. Se habría podido pasar la vida haciendo de concejal en la oposición si la crisis no hubiera socavado el sistema de equilibrios autonómico, pero no perdió la esperanza y hablar poco le permitió observar mucho.

El mandato de Trias, que no estaba previsto, le dio la ocasión de demostrar sus dotes de gestión y de mando. Primer teniente de alcalde entre 2011 y 2015, llevó las áreas de movilidad y de seguridad con un estilo discreto y eficiente, opuesto del todo a las gesticulaciones de teórico populista propias de Pisarello. Una prueba de ello es que la misma Guardia Urbana se ha alegrado de su designación como conseller de Interior, recordando su habilidad para resolver problemas.

Justamente porque nunca ha renunciado a sus principios ni ha hecho nunca daño a nadie en su nombre, Forn es ideal para hacer normal lo que la propaganda hace muchos años que intenta hacer pasar por extremista. La gran operación española que parecía tomar el mando de los Mossos pinta más difícil desde que Forn ha anunciado que la policía catalana garantizará la seguridad en la celebración del referéndum.

Forn irá muy bien para acabar con esta tontería provinciana de que para hacer la independencia hace falta pecho y cojones. Incluso en el caso de que consigan su propósito los que intentan que no se llegue a celebrar el referéndum, la Catalunya del conseller terminará llevando al hombre español a su extinción, tal como la caída del muro de Berlín se cargó al hombre soviético.