Ayer el juicio del Tribunal Supremo, la tragicomedia del Supremo, el castigo anunciado que están empaquetando en el Supremo para todos nosotros, inició las grotescas declaraciones de los peritos. Nos daría la risa si primero no nos hiciera llorar. Nos quieren tratar de convencer de que se evalúan unos hechos con una hipotética distancia profesional, con una fría, objetiva aportación técnica que no lo es porque no lo puede ser. A veces porque la declaración no aporta nada nuevo, como la no violencia de la actuación pública de los Jordis. Otros, porque la información que se introduce no es técnica en modo alguno, como la malversación de caudales públicos, absolutamente desvinculada de la realidad. Es lamentable constatar que, a medida que avanza el juicio, la retórica que se utiliza en la suprema sala se parece cada vez más a la retórica de Michael Corleone, en la famosa sentencia “it’s not personal, it’s just business” que se suele traducir como “no es nada personal, sólo son negocios”. La frase es puñetera, miserable, mentirosa, terrible, y quiere decir que cuando te cortan el cuello no te lo cortan por ti, sino por motivos ajenos a la voluntad de los ejecutores, por motivos estrictamente profesionales, por motivos que no tienen nada ver contigo como individuo. Es comprensible. Cuando le cortaron la cabeza a Luis XVI, legalmente monarca legítimo de Francia, primero le rebajaron a ser simplemente el ciudadano Louis Capet, el señor Luis como si dijéramos, y lo hicieron para distinguir a la persona individual de lo que él encarnaba, la odiosa monarquía absoluta por la gracia de Dios. Casi un año después fue la cabeza de María Antonieta la que rodó. Para intentar limpiarse la conciencia del magnicidio los revolucionarios lo hicieron todo muy legalmente, todo profesionalmente, todo de manera tan aséptica, tan limpia y aseada, que usaron la guillotina, el primer gran invento para matar de manera industrial, para matar de modo que no fuera nada personal sino al por mayor.

Esta milonga es muy vieja. Durante las guerras de religión, en Praga, iniciaron una tradición local, muy profesional, aún más espectacular que la gillette francesa, y en 1419 ya habían tirado a siete concejales del ayuntamiento por una ventana muy alta. Se conoce como la primera defenestración de Praga. En 1483, continuaron matando a más concejales y también los hicieron saltar por su sitio. En 1618 volvieron a las andadas, tirando por las ventanas del castillo de Hradčany a tres representantes imperiales, que se salvaron porque cayeron sobre un montón de estiércol acumulado en el foso. Y en 1948 aún defenestraron a Jan Masaryk, el único ministro que no era comunista. En ninguno de estos acontecimientos históricos jamás se admitió que fuera un castigo personal. Pero, de hecho, sí lo fue ya que a través de los guillotinados o de los hombres que volaban por los aires lo que se pretendía era castigar a muchos otros, para que sirviera de escarmiento, de amenaza, de advertencia, de ejercicio de terror. El terror no es lo que experimentas cuando ves una película de fantasmas sino cuando no sabes si tus hijos se morirán de hambre o si crecerán sin padre o madre. Castigando a una madre o a un padre castigas a toda una familia. Cuando se dice, solemnemente, que los presos políticos no están siendo perseguidos por sus ideas políticas, que están en la cárcel sólo por delitos cometidos en el ejercicio de sus cargos de representación pública, dicen una mentira tan grande como la Luna. Lo que se está haciendo con ellos es exactamente eso que niegan, están castigando a los cabecillas para tratar de acojonar a todo un pueblo. Para disciplinar a todo un colectivo que debe ser reprimido, arrodillado, maltratado. Nos pegaron el primero de octubre y ahora continúan pegándonos a través de los presos. Por eso todos los presos políticos son representantes políticos o líderes populares. Porque no tienen manera de castigarnos a todos y piensan que así, con los presos políticos y algún que otro susto judicial a periodistas y funcionarios ya nos quedamos todos bastante intimidados. Al fin y al cabo, dicen que los catalanes somos muy cobardes. Y es curioso que cuando pronuncian esta frase no dicen “algunos catalanes” o “sólo los independentistas”.

Esta milonga es muy vieja. Y es bastante elemental, aunque exista gente tan asustada que no lo quiera ver. Cualquier manual del terror dice esto mismo, para evitar un motín, para abortar una revuelta, el mejor remedio es la decimatio. O también llamada diezmación, lo que practicaba el ejército romano: se seleccionaban al azar a diez de cada cien soldados y se les castigaba severamente para evitar que se insubordinaran todos. El juicio del Supremo es lo que en términos legales se conoce como una decimatio y sólo pretende lo que pretende cualquier decimatio. No administrar justicia sino sofocar la revuelta contra el dominio, en este caso el dominio español. Marco Licinio Craso utilizó este método para asegurarse la obediencia de sus soldados durante la persecución del esclavo rebelde Espartaco. Y en la película Senderos de gloria de Kubrick, ambientada durante la Primera Guerra Mundial, se fusilan a tres soldados, escogidos al azar, para que obedezca un ejército entero. No dicen y nos hacen entender que no es nada personal, que sólo son negocios, citando el filme El Padrino. Pero si hubieran leído la novela original de Mario Puzo podrían haber encontrado este fragmento que lo dice muy clarito: “no te equivoques. Todo es personal, incluso el más sencillo y menos importante de los negocios. En la vida de un hombre todo es personal. Incluso lo que llamamos negocios es personal.”