Dice la prensa que Carles el Grande, Carles Puigdemont, se reunió con Artur Mas para concentrar en una sola formación política a Junts per Catalunya y el PDeCat. El encuentro ha ido tan y tan bien que nadie ha sabido explicar por qué, en qué ha consistido este tan exitoso acuerdo. A mí me parece que simplemente, una vez la mujer de paja de Mas, Marta Pascal, fue felizmente carbonizada por el presidente Puigdemont, los supervivientes del ámbito convergente han tenido que invocar los poderes del tótem pequeño porque ya no nos pueden sacar el grande, nombrando a Jordi Pujol. Artur Mas ya está aquí de nuevo, en todas las portadas. Dice que no quiere volver a la primera línea política, que no tiene ganas pero, francamente, nunca se había ido. La capacidad que tiene Artur Mas para descalificarse a él mismo es digna de estudio. No hablo de los recortes. Cree que un día te puedes levantar independentista y, al otro, volver al autonomismo, y al otro, volver al principio.

Artur Mas es un gran político, un sólido patriota catalán, es el muy admirable presidente que llevó a Convergencia hasta el independentismo, el líder que logró que la libertad de Catalunya ya no fuera cosa de derechas o de izquierdas, que fuera un proyecto político compartido por todos los partidos catalanes. Sólo por eso le debería tener respeto todo el mundo. Pero, sinceramente, yo se lo perdí cuando decidió atacar públicamente las decisiones políticas del presidente Quim Torra para tratar de ayudar a Pedro Sánchez. Cuando, en su condición de ex presidente, no apoyó la política oficial que habían decidido Puigdemont i Torra, saltándose una ley no escrita que exige a los antiguos presidentes sólo abrir la boca para decir amén. Artur Mas no puede ser un líder creíble de nada mientras su discurso sobre la independencia sea cambiante como la luna. Y, sobre todo, mientras España tenga bajo control su patrimonio personal y se lo pueda confiscar. Mas no es un hombre con plena libertad de movimientos, es un hombre escarmentado por la experiencia de la represión judicial. Quiere abandonar la confrontación con España como si España quisiera dejar de confrontarnos. Habla movido por un extraño sentido del deber, por un profundo sentido de la responsabilidad, pero sin la antigua ilusión de su conversión independentista ni con capacidad viva de convencer. Mas reclama un respiro, una pausa, como si el tiempo se pudiera detener, como si la historia no fuera un velero que nunca llega a puerto seguro. España actúa unilateralmente y no está dispuesta a ningún diálogo, y sólo por este motivo, hoy, la unilateralidad catalana ni ha terminado ni se puede terminar. Mas habla de quimeras con palabras vacías, habla de acumular fuerzas, de rehacer la retaguardia, de gestionar el país como si la Generalitat, gracias a la represión española, no fuera hoy una especie de diputación más gorda, como si se pudiera gobernar sin la autonomía política perdida. Como no sea la retaguardia aquella, el diario aquél, francamente no sé de qué demonios está hablando.

Carles el Grande, por su parte, sigue siendo un formidable líder de la resistencia catalana, un personaje de novela, un Serrallonga, un Robin Hood. Pero es un individuo humanamente solo, desprotegido, un Messi sin equipo, abandonado por muchos que le ponen buena cara y poco más, financieramente en precario, ferozmente combatido por casi todos los medios de comunicación, por toda la clase política que lo ve como un intruso, como un indeseable, como un enemigo que debe ser eliminado lo antes posible. De Vox a la CUP, pasando por todos los demás partidos políticos, la estrategia es esta: estrangularlo. Impedir que Puigdemont pueda hacer nada de nada, neutralizar su acción política, bloquear a Torra a toda costa, para que antes o después el pueblo se canse y deje de votarlo de una puñetera vez. Ha sacado más de un millón de votos y todos sus adversarios codician todos esos votos para vivir de ellos. Y precisamente para no quedar cercado, aislado, se sentó a hablar con Artur Mas hace pocos días.

Ya es raro que, precisamente los votantes que reclaman la unidad independentista, hayan sido los primeros en criticar el intento de acuerdo de Puigdemont con Mas. Dicen que quieren la unidad pero exigen, al mismo tiempo, que Puigdemont no pacte nada con los antiguos convergentes. Está claro que Carles el Grande es muy grande pero pedirle, además, que se enfrente él solito con toda la casta política y haga limpieza sólo con sus dos manitas, quizás resulta excesivo. Cuando casi nadie había oído que existiera alguien llamado Carles Puidemont, todo el mundo menos la CUP, estaba dispuesto a permitir que Artur Mas liderara el movimiento independentista si eso nos daba cohesión y nos llevaba a la libertad. ¿Y ahora no queremos que el presidente Puigdemont, para consolidarse como líder, se siente a entenderse con el presidente Mas para después, si es posible, poder llegar a algún tipo de acuerdo unitario con ERC y la CUP? De verdad que no os entiendo, amigos míos. Como os gusta pelearos.