El triunfo de las derechas en Andalucía compitiendo a ver quién era más radical tiene causas objetivas locales y globales. Susana Díaz ha sido incapaz de movilizar a la izquierda andaluza por su falta de credibilidad progresista. El Gobierno del PSOE se encuentra ahora bajo una espada de Damocles y España afronta un futuro inmediato que inexorablemente será conflictivo y convulso.

Susana Díaz arrastraba la mochila de la corrupción de sus antecesores, se enfrentó a Pedro Sánchez para facilitar que gobernara Rajoy e hizo un pacto de legislatura con Ciudadanos sin darse cuenta de que el partido de Albert Rivera buscaba su perdición. Aunque son factores locales se parecen bastante a lo que ha pasado con los socialistas en toda Europa, donde han desaparecido de los gobiernos y son cada vez más irrelevantes en los parlamentos. Los socialdemócratas europeos han traicionado a sus bases electorales al acomodarse a las consignas económicas de la derecha y los intereses del gran capital y la gente ha dejado de votarles. Algunos han buscado otras opciones progresistas, como los Verdes en Alemania, o movimientos alternativos como los Grillini italianos, pero otros, generalmente los de menor poder adquisitivo, los que se sienten más amenazados por la inmigración, han regurgitado su mal de estómago votando a la extrema derecha del mismo modo que los obreros industriales demócratas de Pensilvania, Wisconsin y Michigan decidieron darle la victoria a Donald Trump. Queda claro que mientras las izquierdas no vuelvan a generar esperanzas de cambio, el mundo continuará girando a la derecha y esto tendrá consecuencias como las que hemos visto estos días en las calles de París.

España afronta un futuro inmediato convulso liderado por un frente patriótico extremadamente beligerante contra el soberanismo catalán

En cuanto a España, a pesar de que las derechas suman mayoría en el Parlamento andaluz tardarán en llegar a un acuerdo de legislatura o coalición porque también son rivales. El PP y Ciudadanos elevarán la presión sobre Pedro Sánchez para forzar la convocatoria de elecciones generales en un momento en que el PSOE no controla Andalucía ni Catalunya, las dos comunidades que le suministraban el mayor número de diputados. En estas circunstancias, lo más probable es que Pedro Sánchez se resista tanto como pueda a convocar comicios, aunque ya veremos si puede.

Y mientras resiste, Sánchez tendrá que optar entre dos estrategias, a cual más suicida. Acercarse a Ciudadanos pensando en una futura coalición con Albert Rivera, o reforzar su identidad de izquierdas, profundizar en su acuerdo con Podemos y perder la vergüenza por los acuerdos con los grupos independentistas catalanes. Huelga decir que, teniendo en cuenta la correlación interna en el PSOE y la influencia de la Corona, la primera opción es la más probable, lo que equivale a decir que  los socialistas españoles cometerán los mismos errores que sus correligionarios europeos y, como ellos, serán desalojados del poder. ¿Y cuál será la alternativa? La misma que en Andalucía, un frente patriótico español, regresivo desde un punto de vista democrático-constitucional, y de máxima beligerancia con el movimiento soberanista catalán. Pues tenía razón Quim Nadal. Lo peor está por venir.

P.S.: Mientras escribía este artículo, ha llegado la noticia angustiosa de que Joaquim Forn y Josep Rull se han sumado a la huelga de hambre de Jordi Sànchez y Jordi Turull contra el bloqueo de sus recursos de amparo ante el Tribunal Constitucional. En 1932, Mahatma Gandhi se declaró en huelga de hambre por la injusticia de una ley electoral que discriminaba a los indios. El gobierno británico tardó seis días en anular las cláusulas discriminatorias. Tarde o temprano, el Tribunal Constitucional español deberá pronunciarse sobre los recursos de los presos políticos catalanes. No debe rectificar nada, sólo ha de pronunciarse. ¿Tardará más o menos de lo que tardaron los coloniales británicos en rectificar?