Hay fenómenos de la historia de España que la hacen diferente y son significativos: los dictadores son venerados y la monarquía reavivada.

Los dictadores suelen morir de mala manera. Hitler se suicidó. A Mussolini lo colgaron boca abajo. A Stalin, según las últimas versiones, le envenenaron, y a Ceaucescu lo fusilaron y luego ultrajaron su cadáver y el de su mujer. Franco, en cambio, murió en la cama, fue enterrado con todos los honores, y su cuerpo aún permanece momificado en el mausoleo del Valle de los Caídos, junto al cadáver de José Antonio Primo de Rivera, líder falangista e hijo del dictador Miguel Primo de Rivera. Ahora el nuevo Gobierno socialista pretende exhumar los despojos de Franco para que los entierren en un lugar menos solemne. Y, lo más inaudito, es que parece que lo piensa hacer "en secreto" para "evitar las protestas".

España es lo que es y si Franco no terminó como la mayoría de dictadores ha sido porque tenía y sigue teniendo bastantes partidarios de su figura y de su régimen, que, sin ser mayoría, han demostrado ser poderosos y resistentes. El general que provocó una guerra civil con un balance de un millón de muertes e impuso un régimen dictatorial que duró 40 años, todavía da nombre a cientos de calles principales de pueblos y ciudades. Salvo en Catalunya y el País Vasco, Franco y los líderes del golpe de estado del 36 siguen presentes en todas partes. En muchos casos, ayuntamientos liderados por partidos de izquierdas han cambiado el nomenclátor, pero no han sido pocos los que han preferido evitar meterse en tal berenjenal.

Si Franco no terminó como la mayoría de dictadores ha sido porque tenía y sigue teniendo bastantes partidarios de su figura y de su régimen

De monarquías las ha habido más y menos consolidadas, pero generalmente cuando los ciudadanos se rebelan contra el monarca por sus abusos, este termina con la cabeza cortada como Luis XVI o brutalmente fusilado como el zar Nicolás. Lo que no pasa casi nunca es que una vez ha caído la monarquía esta recidive al cabo de los años. Hay que decir casi nunca porque España es el caso excepcional donde la monarquía borbónica ha caído dos veces, la integridad física de los monarcas ha sido siempre respetada, y a pesar de tantas vicisitudes, el régimen monárquico se ha vuelto a imponer. La última vez, la reinstauración monárquica la decidió el dictador Franco y fue la condición sine qua non de los militares para tolerar la denominada transición democrática.

Después se ha podido comprobar que los mismos nombres y apellidos que solían integrar la nómina de lo que en la universidad llamábamos "la oligarquía franquista" siguen al pie del cañón -—nunca mejor dicho— liderando constructoras, compañías eléctricas, bancos, aseguradoras, y antiguos monopolios que copan el Ibex35. Son las llamadas "elites extractivas", el concepto desarrollado por los economistas Acemoglu y Robinson que hace referencia a aquellas instituciones políticas, económicas, financieras, y mediáticas que concentran el poder en manos de una élite reducida que ejerce el poder sin apenas límites. Es un lobby que elabora un sistema de captura de rentas que les permite, sin crear riqueza, detraer rentas de la mayor parte de la ciudadanía en beneficio propio: El recibo de la luz, los privilegios de bancos y aseguradoras, la construcción de obra pública... Es obvio que la reinstauración de la monarquía fue fundamental para mantener los negocios.

Si las cosas que no pasan en ninguna parte pasan en España será porque a la sociedad ya le está bien que sea así o que esta no encuentra los instrumentos para cambiar el sistema. De hecho, la regresión democrática protagonizada por los Gobiernos de Mariano Rajoy —integrado por cierto por orgullosos "novios de la muerte"— ha tenido más apoyo popular que ninguna otra opción política. Ahora, cuando ha caído, el cambio vuelve a parecer estético.

El traslado de los restos de Franco es una manera de fingir que ya no mandan los mismos

A consecuencia del autoritarismo y la represión desatada por los poderes del Estado sobre todo —pero no sólo— contra el soberanismo catalán, y de la corrupción generalizada del régimen en su conjunto, el prestigio de España como país ha caído en picado y se ha impuesto de nuevo la máxima lampedusiana de cambiarlo todo para que nada (de lo que es importante) cambie. En este sentido, el traslado de los restos de Franco es una manera de fingir que ya no mandan los mismos, pero el Valle de los Caídos continuará en su sitio y en el Ibex35 apenas Grífols e Inditex seguirán siendo los escasos representantes de la economía que no depende del BOE. Y lo más  alucinante es que Ciudadanos y el PP votarán en contra del decreto de exhumación ... ¡para no perder votos franquistas!

Por este razonamiento podríamos llegar a la conclusión de que refleja mejor la realidad político-social española que el dictador Franco tenga un mausoleo al Valle de los Caídos a que lo escondan en otro lugar como quien esconde la mierda bajo la alfombra para que no sea dicho. Dice Serrat que nunca es triste la verdad. Y que no tiene remedio.