"Aquel viaje a Ítaca iniciado hace cinco años ha terminado en naufragio", escribe la colega Lola García en su best seller sobre el proceso soberanista catalán. Es un relato interesante con multitud de testimonios que, tal como ella reconoce, transmiten versiones a menudo interesadas sobre el cómo y el porqué de todo lo que ha pasado hasta ahora. Sin embargo, antes de poner punto final a su obra, la directora adjunta de La Vanguardia admite que "el independentismo [...] ocupa el centro del debate entre las clases medias", y que "esta fuerza no es suficiente para doblegar a un Estado, pero tampoco para que el Estado la ignore y pretenda la ficción de meter en vereda a todo el movimiento recurriendo a los tribunales ". La conclusión es que "para muchos la aventura no ha terminado [...] es una historia cuyo final no está escrito" y "sin duda llegarán otros líderes que intentarán una nueva travesía".

Si no entramos en detalles, este resumen es asumible por casi todo el mundo, sea independentista o todo lo contrario, teniendo en cuenta que se trata de un relato hecho desde Barcelona que se centra en juzgar la gestión del procés que han hecho los líderes soberanistas. Ahora bien, si ensanchamos el foco del juicio, podremos observar que no solo ha habido naufragio en Catalunya, también en España, donde se registran bajas en todos los barcos ... y la odisea continúa.

Se puede considerar que Carles Puigdemont es un náufrago, pero de momento ha salvado la vida refugiándose en un islote a esperar el rescate y aprovecha el tiempo denunciando el deterioro democrático del Estado español con algún éxito de público y una considerable atención mediátic. En cambio, Mariano Rajoy, aunque quizás tenga una vida más confortable —si los tribunales lo dejan tranquilo—, políticamente ya no tiene salvación posible, ni tampoco Soraya Sáenz de Santamaría, el cerebro de la Operación Catalunya. Su gobierno cayó no por la corrupción, sino porque de tan carcomido no estaba en condiciones de hacer frente a la crisis de Estado que suponía el desafío catalán. Y ya veremos qué réditos sacará el PP de su escoramiento a la derecha.

Desde el inicio del procés, el barco español no ha hecho más que luchar contra la tormenta política para no llegar a ninguna parte, solo para evitar el hundimiento

Los socialistas llevan naufragando elección tras elección desde el 2011 cuando perdieron 58 escaños debido a la crisis, pero también a la gestión del proceso soberanista, que rompió el PSC por la mitad y lo dejó sin la energía de antaño para suministrar los diputados que necesita el PSOE para gobernar.

No sé si se puede decir que España ha naufragado, pero desde el inicio del procés, hace casi diez años, el barco español no ha hecho más que luchar contra la tormenta política para no llegar a ninguna parte, solo para evitar el hundimiento. No hay mayorías estables, las iniciativas políticas brillan por su ausencia o se bloquean y nunca las instituciones alcanzaron tal nivel de descrédito. Por méritos propios y a raíz del conflicto catalán, el Rey ha dejado de ser una figura de consenso y es recibido con protestas más o menos minoritarias allà donde va. También como consecuencia del proceso soberanista la justicia española se ha desprestigiado y está cuestionada incluso por tribunales europeos.

Lo peor es que no se vislumbra en el horizonte ningún escenario de mejora. La judicialización del procés lo ha empantanado todo, pero la intromisión del monarca en los asuntos políticos, tomando partido como lo hizo por la represión, ha bloqueado las rutas de la reconciliación. El búnker judicial, en particular los fiscales del Tribunal Supremo, ya ha advertido a la fiscal general que no intente aflojar la ofensiva penal contra los líderes soberanistas y ésta, en vez de ejercer su autoridad y destituirlos por atreverse a desafiar a un superior, ha claudicado. Nadie duda de que las sentencias serán ejemplares, así que solo una inimaginable amnistía —que no un indulto— presentada como una rectificación del jefe del Estado permitiría recuperar a medio plazo las relaciones políticas y aun así los recelos sobre el régimen y la institución monárquica tampoco desaparecerían.

Esta semana hemos asistido a un nuevo episodio de los náufragos catalanes intentando la cuadratura del círculo, es decir, defender los derechos democráticos de los diputados electos y de la gente que los votó, sin alimentar la voracidad represora del Tribunal Supremo para no terminar con otra Mesa del Parlament procesada. Es obvio que la ofensiva penal pretende no solo escarmentar a los soberanistas, sino dividirlos. Y resulta que el insólito espectáculo de desbarajuste de la mayoría parlamentaria ha puesto inmediatamente en evidencia la fragilidad del Gobierno, que parece que solo esté pendiente de lo que pasa en Catalunya y calculando cómo actuar para evitar lo arrastre. Las crisis causadas por las dimisiones de dos ministros no parecieron suficientemente graves como para provocar la caída del Gobierno de Pedro Sánchez, pero, cuando las cosas se ponen mal en Catalunya, en España todo el mundo habla de elecciones. Dicho de otro modo, cuando naufraga Catalunya, España va a la deriva. Y, como sostiene Lola García, "la aventura no ha terminado".