El artículo fácil es ponerse estupendo y cargar contra los políticos soberanistas que no paran de hacer el ridículo buscando las cosquillas unos a otros y peleándose por asuntos difícilmente comprensibles para la opinión pública. Y conste que lo merecen, pero la crítica debe tener en cuenta el contexto y las circunstancias. Y el contexto y las circunstancias son de prisión, exilio, persecución y amenaza. Dicho lo cual, nadie está legitimidado a avergonzar a la gente que de buena fe les han depositado la confianza.

Escribir sobre el proceso soberanista catalán plantea al periodista un dilema constante. Por un lado tenemos una indiscutible ofensiva antidemocrática del Gobierno y las instituciones españolas, una represión injustificable contra el movimiento soberanista, una utilización burda de las cloacas del Estado y un sinfín de intimidaciones, en resumen, un auténtico asedio político contra un movimiento pacífico y democrático. Y al mismo tiempo tenemos a unos dirigentes políticos soberanistas que no saben qué estrategias deben aplicar para hacer frente a tal ofensiva sin hacerse daño y satisfacer los anhelos de los ciudadanos que representan y que se hacen oír más que nunca.

Todo el lío que estamos viviendo en el Parlament es que los miembros de la Mesa deben ir con pies de plomo al defender la soberanía de la cámara y evitar al mismo tiempo ser procesados

Desde un punto de vista democrático, la equidistancia o la neutralidad entre estos dos frentes equivale a poner al mismo nivel los verdugos que las víctimas. No es lo mismo liderar una protesta como hicieron los Jordis que encarcelarlos. Amnistía Internacional ha denunciado su situación como "presos de conciencia". Y ya dejó escrito Desmond Tutu que "si eres neutral en situaciones de injusticia es que has elegido el bando opresor". Ciertamente en esta coyuntura tan difícil, los líderes soberanistas han cometido errores enormes, pero sería injusto centrar la denuncia en las disquisiciones parlamentarias o reglamentistas, cuando la represión y la persecución es constante y se ven obligados a actuar bajo amenaza. Todo el lío que estamos viviendo en el Parlament es que los miembros de la Mesa deben ir con pies de plomo al defender la soberanía de la cámara y la dignidad de sus miembros y evitar al mismo tiempo ser procesados por un tribunal cuya arbitrariedad en muchas de sus actuaciones es suficientemente conocida. Sin ir más lejos, el juez Llarena ha decidido suspender los diputados aplicando un artículo del Código Penal que sólo hace referencia a terroristas y personas que hayan cometido ataques con explosivos.

De todas formas, desde un punto de vista informativo o mediático el proceso soberanista no ha tenido muchas relatores equidistantes. Ha pasado lo mismo que cuando estalla una guerra, la primera víctima es la verdad, la mentira se convierte en arma y buena parte de los periodistas se convierten hooligans al servicio del poder. Y la lucha ha sido muy desigual. Toda la prensa convencional y los medios audiovisuales de ámbito español han gestionando la información sobre el proceso casi como partes de guerra para animar la tropa y justificar la represión. Periodistas de larga trayectoria han dilapidado todo su prestigio cuando les faltaba poco para jubilarse. Han puesto de manifiesto sus escrúpulos democráticos, por ejemplo, en la tramitación de las muy discutibles leyes de transitoriedad, pero han perdido toda la credibilidad cuando se han prestado a ejercer de portavoces acríticos de los informes policiales falaces y han obviedad todas las irregularidades de una causa general contra los soberanismo catalán desacreditada por juristas españoles y tribunales europeos.

Ahora bien, aún sabiendo que hagan lo que hagan los dirigentes soberanistas la Brunete mediática irá a saco contra ellos, tampoco es cuestión de facilitarles la tarea. Cuando llegó del exilio Tarradellas dijo que "en política se puede hacer todo menos el ridículo". Años más tarde, cuando CiU apoyaba a los Gobiernos de Madrid y la politiquería y la crispación entre PP y PSOE dominaba el escenario, Jordi Pujol exclamó una frase intraducible pero que todo el mundo entiende: "Són una colla de ximples”. Pues eso.