España es el único país donde triunfó el fascismo. A diferencia de Hitler y Mussolini, el dictador Franco ganó una guerra iniciada con un golpe militar, dominó el país durante cuarenta años y murió en la cama, de muerte natural, a punto de cumplir 83 años y declarando que lo dejaba todo "atado y bien atado". El dictador sigue siendo objeto de homenaje en el mausoleo del Valle de los Caídos, los partidos de derechas, que representan por lo menos la mitad de la población, se niegan reiteradamente a condenar los crímenes del franquismo, y aún hoy más de 300 municipios dedican una calle principal a la memoria del “generalísimo”. Estas referencias constatan objetivamente que en España hay una parte sustancial de la población, políticamente determinante, que no considera los valores democráticos como un bien superior que sea necesario preservar.

Una mayor influencia de los sectores más conservadores y retrógrados a lo largo de la historia ha dado lugar a una estructura social diferente en España que en el resto de Europa con las contadas excepciones del País Vasco, València, Balears y Catalunya. España también es el único país donde la monarquía se ha reinstaurado después de haber sido derribada. Cuando Marx y Engels se fijaron en la España del siglo XIX, época de las guerras carlistas, los autores de El Capital no ocultaban su perplejidad por el hecho de que incluso los partidarios de la Revolución participaban de la disputa dinástica, abanderando la causa isabelina.

Los antecedentes históricos sirven para interpretar el presente. Del mismo modo que el ascenso de los fascismos de los años treinta en Europa cuajó rápidamente en España, ahora que los valores democráticos van a la baja incluso en Estados Unidos y cotizan al alza el autoritarismo y la xenofobia, es fácil de entender que lo que se ha llamado el franquismo sociológico se haga notar más que nunca.

Ahora que los valores democráticos van a la baja y cotizan al alza el autoritarismo y la xenofobia, es fácil de entender que lo que se ha llamado el franquismo sociológico se haga notar más que nunca

No es sólo Vox. Vox es la punta del iceberg. Más importante que Vox es la radicalización del discurso de los partidos convencionales. No es que el PP o Ciudadanos e incluso una parte del PSOE hayan cambiado su ideario. No. El ideario es el mismo de siempre. Aznar piensa lo mismo ahora que cuando votó no a la Constitución del 78, pero el 96 hizo de la necesidad virtud y proclamó el "viaje al centro" de la derecha española, y lo hizo porque estaba convencido de que eso le ayudaría a conseguir la mayoría absoluta en el año 2000, como así fue. Josep Borrell siempre ha sido un jacobino intransigente, pero asumió el discurso catalanista del PSC también por razones electorales. Lo que ha cambiado es que antes los líderes políticos moderaban su discurso para ensanchar su base electoral y ahora, en cambio, están convencidos de que para ganar votos deben ser más radicales, incluso más agresivos, como ponen en evidencia cada día Pablo Casado, Albert Rivera, el propio Borrell y los barones regionales socialistas.

El barómetro del CIS que se acaba de publicar señala que las derechas siguen subiendo después de celebrar su éxito en Andalucía. Algunos optimistas destacan que la suma de las izquierdas aún supera al bloque derechista, pero olvidan que el PSOE y Podemos no llegan a la mayoría absoluta. De hecho, los datos sólo dan dos posibilidades. O gobernará el tripartito de derechas, o habrá una coalición PSOE-Ciudadanos. Hay que descartar la continuidad de la mayoría actual con participación de los independentistas catalanes, porque incluso en el caso de que sumaran, el deep state español lo boicotearía.

Esta perspectiva está afligiendo y con razón a los soberanistas más moderados y los que sin ser soberanistas aún se reivindican como catalanistas. Sueñan con un gobierno español progresista que indulte a los presos catalanes de manera que el conflicto volviera a gestionarse desde la acción política convencional. Es obvio que con Ciudadanos en el gobierno español esto sería imposible.

La vieja consigna "cuanto peor, mejor" gana adeptos. Prefieren el tripartito de derechas que propiciará la respuesta republicana definitiva

Sin embargo, los soberanistas que menos confían en el régimen político actual, observan que, habida cuenta los antecedentes históricos, la única posibilidad de cambio de régimen en España es la rebelión de los españoles contra los abusos autoritarios de la caverna derechista, que es lo que pasó cuando la primera y la segunda repúblicas. Así que la vieja consigna leninista "cuanto peor, mejor" está ganando adeptos que prefieren el tripartito de derechas antes que la coalición PSOE-Ciudadanos, que sólo alargaría el ciclo. La tesis es que con la derecha española en el poder practicando el autoritarismo, restringiendo libertades y derechos civiles y discriminando a las clases subalternas propiciará la unidad de las izquierdas y una respuesta republicana definitiva. Puede que sí, siempre y cuando antes, mucho antes, se hayan tejido suficientes complicidades que, hoy por hoy, no se observan por ningún lado.