El domingo por la noche una señora se arruinó la vida. Y no lo ha sabido hasta hoy. Hace 48 horas, con su nombre, dos apellidos y foto colgó en su Facebook y en abierto un texto absolutamente intolerable. El texto llegó a Inés Arrimadas y 48 horas después le ha respondido:

A partir de aquí, la cosa ha ido tan rápido que pones a Rosa María en Google y la primera opción es ella. En sólo 4 horas, Rosa María Miras Puigpinós ha perdido el trabajo:

Cuando este mediodía he visto el tuit de Inés Arrimadas denunciando el caso y he leído el texto en cuestión, lo primero que he pensado ha sido: ¿cómo es posible que alguien normal sea capaz de escribir esta barbaridad? Porque este no es un insulto que te sale en un momento de calentón. No es un ramalazo. Es un insulto elaborado, detrás del cual hay un suplemento de malicia. Y además, viene de una mujer, cosa que todavía lo convierte todo en más bestia. Que una mujer le desee a otra una violación en grupo, es pasarse 100 pueblos y una barbaridad tan incivilizada, tan horrorosa, que llegas a la conclusión que sólo puede venir de alguien que sufre un odio enfermizo.

Pero, como este caso ha nacido y ha crecido en la red, aparte de las consecuencias legales, laborales y personales, existen las digitales. Y una de ellas es el doble debate que se ha generado. Por una parte el de la libertad de expresión y por otra el de si una actividad privada (y lamentable) tiene que tener consecuencias laborales.

Bien, sobre el primero, bueno... es que ningún tipo de duda. Esto no es un tema de libertad de expresión. Y considerar que lo es, es un insulto al propio concepto de la libertad de expresión. ¿Sabe aquello que se pregunta a veces sobre si hay límites o no? Pues mire, sí, y este es uno. La libertad de expresión se invoca por cuestiones verdaderamente importantes, no por expresiones inadmisibles de una irresponsable. No nos confundamos, que últimamente detrás de la libertad de expresión y de la de información nos están dando gato por liebre.

Y sobre si un comportamiento privado, pero hecho en público, tiene que derivar en una pérdida del trabajo... bien, ¿una empresa tiene derecho a escoger a quién contrata, no? Sólo faltaría. Y de la misma manera que te alquilan, te desalquilan. Y si una compañía pierde la confianza en quien muestra públicamente un comportamiento que daña su imagen, sólo faltaría que no la pudiera echar.

Finalmente, una reflexión sobre dónde está el límite de las represalias personales. Un periódico digital ha publicado la foto de perfil de whatsapp de Rosa María Miras, por lo tanto tiene su teléfono particular. Y si lo tienen ellos, lo pueden tener más personas. ¿Dónde acaba el acoso por un insulto absolutamente despreciable y condenable?