Tiene guasa que hoy sea 28 de diciembre. El día de los Inocentes. El día en que parece estar bien visto colar alguna que otra trola, con la excusa de la broma. Hoy es un día en el que, si te das cuenta y te acuerdas, estarás dudando de todo un poco. 

Hoy, quizás pudiera servir para mirar todo lo demás, todo lo de ayer y lo de mañana con un poco de esa mirada. Con esa sensación de mirar al telediario buscando la noticia falsa. Y lo más triste es que la mayoría de las veces nos están contando trolas y la mayoría de la gente no se lo plantea. Por mucho que luego reconozca que todo está podrido. Pero no son conscientes del todo. 

Como casi nadie lo es cuando habla de corrupción, de ladrones, de recortes. Se habla en general, pero no se analiza de manera consciente lo que viene suponiendo tirar a la basura más de mil euros por persona al año. Porque eso es lo que viene a ser el equivalente de los noventa mil millones de euros al año en corrupción que nos han sacado de los bolsillos para no destinarlos a la inversión en salud, en pensiones, en educación, que es precisamente para lo que pagamos. No, hablamos de la corrupción, como quien habla de que su equipo ha perdido el partido. Más o menos enfadados, pero sin parecer ser conscientes de lo que en realidad nos afecta. 

Y de eso se encargan los que han conseguido banalizarlo todo a través de sus mentiras. Es como el cuento de Pedro y el lobo. Una y otra vez. Cada vez más descarado. Y pobre de ti si señalas que el rey pueda ir desnudo. Porque te señalarán con su dedo acusador, te intentarán presionar para que no llegues ni siquiera a insinuar que quizás las cosas no sean del todo como nos las cuentan. 

Escuchar a Pablo Casado hablando sobre uno de sus mítines, como si se hubiera encontrado en medio de una batalla campal, para ver después las imágenes que muestran lo realmente sucedido causa estupor. Como entrar a darse un paseo por las redes sociales, infectadas de bajeza y locura en manada, desbordadas de hordas de personas enfermas de maldad. Porque una cosa es no estar de acuerdo, pensar diferente y otra insultar, amenazar, calumniar y decir barbaridades que no entran en la cabeza de nadie con un mínimo de sensatez. 

Como ese vídeo de la nena gallega que circula. Una aberración que es la muestra del fracaso de España, de su transición, de su trabajo a la hora de crear una sociedad democrática, abierta y respetuosa. Una hija, nieta, bisnieta del franquismo que no tiene problema en grabarse soltando el discurso más salvaje que hayamos oído. Xenófoba, machista, irresponsable e ignorante. Esa es parte de una sociedad que se siente representada en los que hoy han entrado de manera oficial en las instituciones andaluzas. 

Apoyados por casi medio millón de personas que se supone están de acuerdo con estos planteamientos. Y como ser demócrata supone respetarlo todo, incluso a quienes no respetan la democracia, aquí están. Lo que no sabemos es dónde está la izquierda. Ni dónde ha estado estos cuarenta años, sabiendo que vivíamos rodeados de lo que nunca dejó de ser, y aún así se han permitido el lujo de pasarse el día partiéndose la cara entre ellos. 

El Supremo, mientras tanto, reconociendo a medias que no es competente del todo para juzgar a los independentistas. Que a unos sí, pero a otros no. Y de esta manera, delega en el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya el asunto relativo a los miembros de la mesa del Parlament, excepto a Forcadell, su presidenta. Y así siguen buceando en las profundidades del más absoluto caos procesal. 

Mientras Puigdemont anda por Europa haciendo política, en libertad y sabiendo que en España no puede poner un pie sin que le detengan, donde tanta falta hace la política, nuestros políticos se dedican a abrirle la puerta a la extrema derecha, y todavía no se han dado cuenta de la urgente necesidad que hay para apelar a la movilización de todos los demócratas. 

Cuando se den cuenta, será tarde. Y habremos vuelto a perder.