La aventura de los próximos años consistirá en luchar para no bajar el listón en medio de la avalancha de mediocridad que empieza a penetrar en todos los rincones del país. Como decía La Vanguardia con su lenguaje queco habitual, este 2017 hemos vivido peligrosamente. Era imprescindible poner al descubierto que Catalunya es un país ocupado pero el trabajo nos ha salido carísimo. El país ha quedado abatido, traumatizado. Todo el mundo está de duelo, todo el mundo hace aquella cara de haber visto a un fantasma que produce una defunción o una ruptura.

Supongo que arrastrábamos una herencia demasiado pesada para resolverlo todo de golpe. Las energías que se movilizaron para celebrar el referéndum del 1 de octubre dieron un resultado diabólico pero previsible. No tan sólo no hemos segado las cadenas. Ahora que somos conscientes de una forma tan clara y precisa que estamos encadenados, costará al doble de esfuerzo conseguir la libertad. Hemos perdido una ocasión magnífica. La verdad es sólo un instrumento y sin audacia y creatividad devuelve a la gente sorda y destructiva.

Para mantener Catalunya dentro de España, el Estado ha degradado el periodismo, la justicia, la política y, finalmente, la vida colectiva. Las palabras están magreadas, los debates viciados por discursos negativos y silencios de cobarde. Los tribunales, los diarios y los partidos se van ahogando en sus ruminaciones sin sentido. Si los presos políticos siguen predicando el amor incondicional hacia los españoles cada vez habrá menos catalanes que se acuerden de su drama y menos ciudadanos que tengan el valor de amar alguna cosa de verdad.

Estamos en aquel punto de la historia en que todo se descontrola y la única cosa que puedes hacer es retirarte a la posición de observador para intentar describir el espectáculo. La vulgaridad que las élites han exhibido en los últimos años se va filtrando hacia abajo, hacia unas clases populares cada vez más indefensas y exhaustas. A veces, para no dejarte caricaturizar por una montaña de excusas y mentiras, hay que luchar por hacer emerger un poco de verdad. Pero la verdad también te pone ante tus limitaciones y te obliga a decidir si las aceptas o intentas superarlas.

Yo mismo quizás me tendré que releer el libro que escribí sobre Josep Pla para recordar cómo funciona el exilio interior, en un entorno difícil. En el último dietario que se ha publicado de Pla, Hacerse todas las ilusiones posibles, el escritor confiesa que, desde la entrada de los nacionales en Catalunya, evitó escuchar la radio y leer la prensa española. La contaminación espiritual que Pla miraba de evitar a través del aislamiento empieza a llegar también de Europa, que siempre acaba sufriendo los vicios y las contradicciones que empujan España hacia el oscurantismo.

Hace un par o tres de meses una amiga insistió en que le dejara leer algunas notas de un dietario irregular que llevo en el móvil. Toda sorprendida me preguntó:

—Pero por qué dices que te volverás a quedar solo, si la gente te hace cada día más caso y ya nadie te toma por loco.

—Espérate unas semanas —le dije—. Sólo se fijan en la mitad de las cosas que digo porque en el fondo me utilizan para disimular su farsa.

Ella alzó una ceja, como queriendo decir: "Te estás haciendo el interesante". Yo pensé: "Disfruta el momento, que no durará". Hay una magia macabra en el hecho de ver cómo el mundo te libera de responsabilidades por las cuales habrías dado lo que hiciera falta sin dudarlo. Me gustaría tener la llave maestra del desfile salvaje que se acerca, esta fuerza multiplicativa del arte que, en los periodos de tormenta y confusión, sabe elevar las almas sensibles sin romperlas. Pero sólo tengo la hoja en blanco, un anecdotario bastante rico y una alfombra crujiente de hojas muertas excelente para tumbarse y meditar.