Antes de que el sushi conquistara cada esquina de nuestros pueblos y ciudades; antes de que el ramen enterrara definitivamente la escudella o la relegara sólo a la Navidad; antes de que se abrieran pastelerías con una oferta de dorayakis (los pastelitos del Doraemon), mochis (unos dulces de arroz y judías) y un repertorio casi infinito de postres a base de té macha; antes de que se fundara una sakería en el pueblo pirenaico de Tuixent (Seda líquida) donde, por cierto, el maestro Antoni Campins elabora un sake de mucho renombre en Japón; antes de que se plantara wasabi en el Montseny (Yamaaoi Wasabi), considerado uno de los cultivos más complejos del mundo; antes del tofu, del edamame, del miso y de cualquier moda japonesa, recuerdo que se pusieron de moda los jardines zen en miniatura, unas maquetas vulgares de los auténticos Karesansui nipones (枯 山水, literalmente "montañas y agua sin vida" ). En estos espacios llenos de simbolismo -ahora hablo de los auténticos jardines zen japoneses-, los monjes budistas rastrillan la grava que rodea una serie de grandes rocas en acto de meditación profunda y un viaje metafórico al río de la vida. Pues bien, yo que pensaba que estos jardines no tenían un paradigma parecido, el otro día, paseando por una viñedo tuve una revelación: aquel rincón del mundo era exactamente el mismo, un jardín sagrado de piedras. Y el campesino que me acompañaba, una especie de monje tan entregado a los minerales como a las uvas.

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Jardín zen en miniatura / Awake & mindfull

El origen de la Bodega

Después de muchos años dedicado al deporte de competición, Isidre Vinyas, hijo de Navàs (Pla del Bages), sintió, espontáneamente, una necesidad de trabajar el viñedo. Casualmente o no, aquel mandato interior llegaba cuando la viña de su pueblo más lo necesita en quedarse desprovista de relevo generacional. El proyecto se llamaría Vinyas d’empremta (https://www.vinyasdempremta.cat) y con gran pasión Isidre empezaría a desvelar su epifanía. Muy pronto, pero, el destino le guiñaría el ojo: sus dos hijos, Gerard, ingeniero de puentes y caminos, y Berta, ingeniera de edificación, se unirían a su empresa con la misma determinación que su padre: piedra a piedra. Una vez los tres vinculados y dedicados por completo al jardín de cepas y rocas, su primera hazaña fue volver a hacer vino en el lagar de piedra. Sí, en el lagar de piedra: un gran depósito en medio de la viñedo excavado directamente en la roca, quién sabe cuántos siglos atrás. Después, junto al primer lagar, picaron un segundo; pero, más sofisticado, con unas conexiones interiores muy ingeniosas. Seguidamente, levantaron dos cabañas de piedra seca sobre cada lagar para resguardarlos durante las vendimias. Y, finalmente, pidieron a un cantero que vaciara grandes bloques calcáreos e hiciera, literalmente, lagares de piedra móviles -únicos en el mundo- a fin de integrar la piedra también dentro de la bodega.

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El viñedo de Navàs / Vinyas d’empremta

Piedras y huellas

Desde la autopista, rumbo hacia Berga, el viñedo de Navàs queda a mano izquierda, justo en medio de la frontera que dividía las dos Catalunyas históricas, la nueva y la vieja. Su estampa evoca un zigurat, un templo inca o un teatro romano; en total, cuarenta niveles de márgenes ataludado cuarenta niveles de terrazas. Las cepas se muestran ordenadas en pequeños grupos a la manera de un ‘trencadis’ vegetal, e incluso aislados, como eremitas custodiando un saber antiguo. Algunas parecen flotar sobre la tierra esponjada, y otras se levantan tortuosas entre las losas descantillando las areniscas a su paso. Por todos lados las huellas en las piedras (“empremtes’ en catalán) son una constante: hay grandes símbolos en forma de concha donde se montaban molinos de enebro; hay orificios geométricos donde se encajaban las prensas de vino; hay grandes agujeros que hacían de depósito de los trapiches; hay grietas y huecos donde se apoyaban vigas y columnas; hay canaletas y regueros por donde circulaba el aceite y el vino…

Son vinos etéreos y delicados que no entiende todo el mundo' me comenta Gerard. Pero la vida no está hecha para entenderla, sino para vivirla, pienso yo

Vinos y variedades

En la Viña de Navàs hay más de quince variedades de uva, algunas de las cuales sólo existen aquí, como la malvasia roja, la malvasia segarresa, la torbat, la fumat, la pansera, la parets, la cap negre, la garsenc, la refilat, l’argensela, la farana… Con estos frutos preciados de tan escasos, Isidre y Gerard, agricultores y enólogos vez, elaboran unos vinos puros y naturales, sin aditivos, de un sabor profundo en todos los sentidos. 'Son vinos etéreos y delicados que no entiende todo el mundo' me comenta Gerard. Pero la vida no está hecha para entenderla, sino para vivirla, pienso yo, mientras paladeo cada uno de sus tesoros. ‘La piedra caliza estiliza el sumoll, pero adelgaza otras variedades. Pronto nos llegarán lagares de granito en la bodega hechos con unas piedras maravillosas que hemos encontrado en los Pirineos. Seguro que con ellos podremos hacer nuevos vinos. El diálogo entre la piedra y el vino es un proceso que necesito vivir’.

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Berta, Gerard e Isidre Vinyas / Vinyas d’empremta

El ritual

Mientras lo escucho, siento como si el vidrio de la copa me privara de vivir plenamente el vino. Me acuerdo de los íberos, entonces, y del gran número de surcos o cazoletas -las llamadas insculturas- que, como en el viñedo de Navàs, excavaron a la piedra para realizar rituales y libaciones con vino. Los íberos, que conocían la cerámica y también el vidrio, debían tener un gran motivo para servir el vino en la roca. Estoy de suerte, tengo un mortero de piedra caliza en casa mis padres y me predispongo a hacer un ritual: vierto el vino -una Rabassa del 2019-, lo abrazo con los dedos, con esfuerzo lo alzo por encima mío, respiro, cierro los ojos, me acerco el mortero en los labios... Un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Y, finalmente, lo entiendo.