Sobre los alimentos transgénicos habrás leído y escuchado muchas cosas: que si no existen estudios a largo plazo que demuestren que son inofensivos; que sí contribuyen a la pérdida de la biodiversidad; que si estimulan el uso de productos fitosanitarios tóxicos y probablemente cancerígenos (como el glifosato). Pero sobre la edición genética y la tecnología CRISPR (del acrónimo en inglés 'repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas) es probable que no hayas escuchado prácticamente nada. Explicado de forma muy esquemática, un organismo transgénico es aquél al que se ha añadido al menos un gen nuevo procedente de un virus, bacteria, vegetal, animal, o incluso del mismo organismo para modificar su ADN. En cambio, un organismo editado genéticamente es aquel al que se le ha cambiado, borrado o también insertado un gen mediante la tecnología CRISPR, que es un método rápido, accesible y relativamente económico utilizado desde el año 2013 para editar el ADN genómico. Así por ejemplo, un ratón transgénico al que se le ha añadido el gen de fluorescencia procedente de una medusa, resultará también fluorescente. Y una piña puede resultar absolutamente rosada en lugar de amarilla (por cierto, una fruta ya disponible en el mercado americano bajo el nombre de PinkGlow). Por otra parte, con la edición genética se puede 'silenciar' el gen que causa la oxidación en manzanas o champiñones, o hacer lo mismo con el gen de la síntesis de cafeína del café o del gluten del trigo. Y ahora te preguntarás: ¿por qué debería importarme todo esto?

 

Las asociaciones de productores ecológicos y el resto de ONG medioambientales ya han anunciado que estudiarán muy detenidamente cualquier posible modificación de la ley

 

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(Piña PinyGlow / Foto: Del Monte)

 

En 2018, el Tribunal de Justicia de la Unión Europa dictaminó que los organismos obtenidos por edición genética debían ser equiparados normativamente a los organismos modificados genéticamente (y esto no es casualidad, dado que como hemos visto con esta tecnología también se pueden crear organismos transgénicos). Sin embargo, este 2021 la Unión Europea ha cedido a las presiones de sus Estados Miembros, la comunidad científica y el lobby de la agroindustria, y ha resuelto, mediante un estudio interno, que la regulación actual de las nuevas técnicas de edición genética no es adecuada (lo que es de una lógica abrumadora, dado que la normativa de los transgénicos no se ha tocado desde 2001). El estudio, que basa buena parte de sus argumentos en que las modificaciones genéticas experimentadas en la edición genética serían pequeñas comparadas con las de los transgénicos tradicionales, reconoce el valor que tiene esta técnica -CRISPR- para contribuir a un sistema alimentario más sostenible encaminado a los objetivos del Pacto verde Europeo y la Estrategia de la Granja en la Mesa. Sin embargo, las asociaciones de productores ecológicos y el resto de ONG medioambientales ya han anunciado que estudiarán muy detenidamente cualquier posible modificación de la ley que promueva, por ejemplo, que los alimentos editados genéticamente no tengan que cumplir con los requisitos de etiquetado de los OGM u organismos genéticamente modificados. Y ahora te preguntarás: ¿pero qué problema hay en comer alimentos transgénicos o editados genéticamente?

 

En Estados Unidos ya tienen manzanas, salmones (AquAdvantage), patatas, piñas, maíz o papayas artificiales

 

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(Salmón AquAdvantage / Foto: AquAdvantage)

 

En el portal web de la empresa Bayern (por cierto, propietaria de Monsanto, la empresa con más demandas contra la salud pública de la historia) la respuesta es bastante categórica: 'No se conoce ningún caso de un alimento transgénico con un impacto negativo en la salud humana'. Y, tal y como apuntaba al inicio, es probable que esto sea cierto dado que no hay estudios a largo plazo que demuestren lo contrario. Ahora bien, con la excepción de España y Cataluña, claro, que concentra el 95% de toda superficie comunitaria, los países europeos siguen prohibiendo su cultivo y producción, en parte, por las consecuencias devastadoras de los productos fitosanitarios asociados a los transgénicos (El maíz RR de Monsanto, por ejemplo, es resistente al herbicida Roundup a base de glifosato que fabrica la misma empresa. Por este motivo los campesinos pueden envenenar los campos de herbicida pero asegurarse la germinación de este cereal transgénico). Ahora bien, una cosa es el cultivo de transgénicos y otra muy distinta su consumo. Y, en este sentido, este mismo año la Unión Europea ha autorizado nuevas variedades de maíz transgénico aptas para los piensos y consumo directo, que se suman a las variedades de maíz y soja autorizadas previamente. Lejos de Europa, sin embargo, la producción de alimentos transgénicos se multiplica. Y en Estados Unidos ya tienen manzanas, salmones (AquAdvantage), patatas, piñas, maíz o papayas artificiales.

 

Resulta insultante que algunas investigaciones con la tecnología CRISPR se orienten a devolver el sabor a las verduras industriales

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(Francia, Austria o Alemania ya han prohibido el Glifosato. ¿A qué espera España y Cataluña? / Foto: Altonivel)

 

Frente a este escenario la reflexión es obvia: si Europa es realmente incapaz de imaginarse a sí misma como un continente libre de energías fósiles y productos derivados del petróleo (como son los abonos químicos o minerales tóxicos por el suelo, comercializados por las propias empresas de transgénicos y herbicidas), así como un territorio con un modelo agroecológico basado en los alimentos ecológicos y naturales, las cadenas cortas de valor (del campo a la mesa) o las variedades ancestrales, no tiene ningún sentido dejar que la resto del mundo nos tome la delantera en este asunto. Ahora bien, si vamos adelante adelante con esto, al menos digamos las cosas por su nombre: la edición genética modifica genéticamente los alimentos (poco o mucho, pero los modifica), y, dado que son tecnologías inciertas asociadas a lobbys muy poderosos -las farmacéuticas- hay que extremar las precauciones. Además, resulta insultante que algunas investigaciones con la tecnología CRISPR se orienten a devolver el sabor a las verduras industriales que el cultivo convencional (de nuevo, con abonos sintéticos y semillas transgénicas) les ha eliminado. Si de verdad queremos alimentos sabrosos, es tan sencillo como partir de una variedad autóctona (y no ultra mejorada, y menos aún modificada genéticamente) y cultivarla de forma sostenible en un suelo vivo, libre de abonos químicos, herbicidas y productos tóxicos. Aparte de sabrosos, estos alimentos serán también saludables y nutritivos. Y, sobre todo, serán futuro para nuestro campesinado. Si lo dudas, sólo observa la balanza: de una banda, todos nosotros. Y, por otra, la bolsa de valores: Bayer-Monsanto, Novartis-AstraZeneca, BASF, DuPont y compañía.

 

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(De izquierda a derecha: patata transgénica (que no se oxida una vez pelada) y patata natural / Foto: Agro avances)