Ahora que Occidente y Rusia recalientan el pollo rancio de la Guerra Fría en Ucrania, conviene recordar aquél gran hito de la diplomacia que se dio cita, como no podía ser de otra manera, alrededor de unos manteles. De un banquete, eso sí, a 200 kilómetros de la Tierra. El 15 de julio de 1975, la cápsula espacial soviética Soyuz-19 y la nave estadounidense Apollo-18 se acoplaron en órbita terrestre, dando así lugar a la primera colaboración entre las antagónicas agencias espaciales, y consumando con éxito el llamado programa Soyuz-Apollo. Primeramente, a través de la pasarela que unía los dos vehículos, astronautas y cosmonautas se dieron un histórico apretón de manoplas. Después, una vez sentados a la mesa, Alexei Leonov le cambió a Thomas Sttaford su cerdo Strogonoff, contenido en un tubo de aluminio, como de pasta de dientes, por un filete Wellington deshidratado. Podríamos proclamar así, más de una década antes del inicio de la Perestroika y la caída del muro de Berlín, el principio del fin de la Guerra Fría en este amistoso intercambio de comida. Así mismo, el episodio dio carpetazo a la carrera espacial que arrancó con la crisis del Sputnik, cuando la Unión Soviética lanzó con éxito el primer satélite artificial, el 4 de octubre de 1957. A escasos dos meses de distancia de la superpotencia, un 28 de diciembre del mismo año, quién lo iba a decir, en el oeste del Camp de Tarragona y a unos 10 km del mar Mediterráneo, desde el campo de fútbol del Reus Deportiu, despegó el primer Speteck de la historia, un cohete de cartón, con nombre y forma de la longaniza insignia de Vic, construído por un grupúsculo de situacionistas locales. La parodia gozó de cierta repercusión y, durante los años siguientes, este acto de agitación humorística se continuó celebrando a pesar de los obstáculos de las autoridades franquistas, siempre suspicaces ante cualquier manifestación de pitorreo popular. En la década de los sesenta, sin embargo, la facecia dejó de organizarse, hasta ser rescatada en el 2008.

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De izquierda a derecha: Martí Queixalós, Solís, Gort y Ramon Botet, ‘Los Sabios de Reus’ que en tiempos de Franco se dedicaron a agitar social y culturalmente Reus con propuestas surrealistas. / Foto: Wikipedia.

Reus, París y Londres

La mayoría habrá leído o escuchado la proverbial enumeración que encabeza este párrafo. «Pese a ser repetida hasta la saciedad —mitificadora de un pasado más «esplendoroso» y demasiado a menudo utilizada por un chovinismo de campanario mal entendido—, la frase Reus, París y Londres define, metafóricamente, lo que significó el aguardiente para el desarrollo económico de Reus y su configuración en el futuro.» (Marc Ferran, Emili Giralt y Montserrat Nadal en Vins i licors de Reus. L'elixir dels déus, Pragma Edicions, 2004). Equiparar la capital del Baix Camp con lo que hoy llamarían ciudades globales o ciudades alpha puede parecer una barbaridad catedralicia, pero, en el contexto del s. XVIII, cuando Reus era la segunda ciudad del Principado, fue también, como París y Londres, uno de los centros más importantes en el comercio de aguardiente. La exportación del espirituoso de vino de Reus a tierras americanas generó un capital que se aplicó después al proceso de industrialización de una gran variedad de productos propios, personalísimos e intransferibles, que hicieron de ese rincón del mundo un lugar diferente. Y ya conocen el dicho: quien tuvo, retuvo

 

Josep Pla se lamentaba en las páginas de Lo que hemos comido (1972) que la catalana es una cocina sin carne de toro. Pero Reus is different. «En Reus, por San Pedro, toro y arroz»

El general Prim, Elvis Presley y Kim Jong-un

Entre los productos más populares y valorados por los paladares aborígenes se encuentra el Plim, un refresco dulce y carbonatada con sabor a banana («fantasía de frutas», según reza la etiqueta), que llegó a lograr, hasta los años cincuenta, un volúmen de ventas en Cataluña equiparable al de la Coca-Cola o la Pepsi. El Plim, además, es un brebaje consubstancial en la elaboración del masclet, la bebida oficial de su fiesta mayor; superalimentos endémicos como la avellana o el menjablanc, un plato de raíces medievales que ha evolucionado hasta configurar, a día de hoy, un postre dulce de textura blanda y merengada, con el sabor característico de la almendra; la coca de cireres que los nativos comulgan durante la fiesta del Corpus… Y, cómo no, el vermut de Reus. Considerado por los nativos como una de las siete maravillas de su acervo cultural (y espiritual), este licor cuenta con una ebria y ditirámbica balada escrita e interpretada por Ariel Santamaria, músico y político también conocido como «El Elvis de Reus». Según explica, Elvis Presley se le apareció en sueños para encomendarle que se dedicara a la política. Así, por designio del Rey del rocanrol, Santamaia ocupó el cargo de concejal el año 2007 como cabeza de lista de la CORI, grupo político que adopta el «juantxismo» como doctrina política vernacular. «Juantxi», en sus propias palabras, es un apelativo «para catalogar a un tipo de freak pasado de vueltas, con un carácter esperpéntico, exhibicionista, borracho fiestero y perdedor vocacional, pero que no tiene ningún sentido del ridículo y con ciertas ínfulas artísticas. Parece que el origen del término viene de un interno del Pere Mata, el manicomio local, que en sus horas de asueto se dedicaba a recorrer los bares de la ciudad asegurando, a quien quisiera escucharle, que era un agente encubierto de la CIA.

¿Podría la capital del Baix Camp concentrar la quintaesencia del bloque capitalista? No estén tan seguros de ello.

Josep Pla se lamentaba en las páginas de Lo que hemos comido (1972) que la catalana es una cocina sin carne de toro. Pero Reus is different, que diría Fraga Iribarne. «A Reus, per Sant Pere, bou i arròs» (En Reus, por San Pedro, toro y arroz). Este precepto aforístico es recogido por diversos folcloristas, como el etnógrafo Ramon Violant i Simorra, si bien tanto el dicho y como la receta llevaban generaciones en el olvido hasta que el año 2008, coincidiendo con la reanudación del lanzamiento del Spetek, se recuperó este estofado de jarrete de toro con cebolla, zanahorias, ajos, en algunas ocasiones tomate, hierbas, canela y vino rancio, que incluye arroz de acompañamiento. Los orígenes del asado vienen de cuando en el pueblo se mataban toros a cargo del ayuntamiento, siguiendo esa costumbre tan nuestra de martirizar animales durante las fiestas patronales. En la actualidad, este plato incluso se comercializa enlatado, como las warholianas sopas Campbell’s, preparado por una empresa especializada en recetas tradicionales. Llegados a este punto, recopilemos los datos: festivos rodeos de toros, refrescos carbonatados homologables a la Coca-cola, latas de sopa Campbell’s de carne de toro, un Elvis Presley nativo y agentes de la CIA… ¿Podría la capital del Baix Camp concentrar la quintaesencia del bloque capitalista? No estén tan seguros de ello. Por otro lado (o del otro bando) está la conexión Reus-Pyongyang de la mano de Alejandro Cao de Benós, oriundo de sangre azul y alma roja (algunas fuentes afirman que nació en Tarragona. En cualquier caso el suyo debe ser el único origen cuya paternidad ninguna de las dos ciudades se disputa), y némesis juantxi de Ariel Santamaria. También tenemos el pastel ruso, un bizcocho original de la Sibéria oscense, adaptado a los ingredientes de la tierra (praliné de almendras y avellanas). Y, claro está, el Spetek, el satélite rusófilo vernacular. De hecho, el idilio de Reus con Rúsia cuenta hasta con un hashtag en Twitter (#rusuanreus), promovido por mi amiga e ilustre reusense Caterina Balcells, y que vale para etiquetar todo testimonio fotográfico que dé fe de la progresiva rusificación de la ciudad. Así pues, a Reus hay que echarle de comer a parte. Es un país No-alineado. La localidad tarraconense constituye, por sí misma, un tercer bloque. En conclusión, ha llegado la hora de que la capital del Baix Camp recupere su antiguo lugar preponderante en el pódium de la Historia, aquel «Reus, París y Londres», ahora dentro del Nuevo Orden: Reus, Washington y Moscú. O Plim, toro y pastel ruso. Reivindiquemos esta ciudad, y su rico patrimonio gastronómico, como un territorio de paz, distensión y concordia donde el tablero de ajedrez de la geopolítica pase a ser un mantel de cuadros; y el salero, el pimentero y la aceitera (DOP Siurana) sean las piezas que hagan jaque mate al sistema imperialista de los malditos señores de la guerra. Necesitamos a la cocina juantxista para la distensión mundial de los esfínteres, como siempre, alrededor de una mesa.

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Toro y arroz, un plato de concordia.  / Foto: mercatsdereus.cat