Cinco años después de llegar a la jefatura del Estado, el rey Felipe VI ya tiene su retrato colgando de una de las paredes del salón de Ministros del Congreso de los Diputados y por el que ha pagado la cámara legislativa 88.000 euros al pintor gaditano Hernán Cortés. Explican las crónicas que el Congreso de los Diputados rebajó el presupuesto que inicialmente le había presentado el famoso retratista, que ya tiene otras obras en las Cortes, por considerarlo demasiado elevado. No sé si es normal regatear a un artista el precio de una obra, ni que sea del jefe del Estado, pero no deja de ser una cantidad respetable y un hecho que en este tipo de gastos suntuarios el estado español se haya gastado varios millones de euros. La costumbre del cuadro para la posteridad está más que arraigada en la administración del Estado pero también en las autonomías. En el caso de Cortés, además, figuran retratos suyos de miembros de la Familia Real y de varios expresidentes como González, Suárez o Calvo-Sotelo en diferentes edificios oficiales.

Aunque en ocasiones ha habido debates en las Cortes sobre qué hacer con los retratos, nunca ha habido consenso para su eliminación o para topar el precio que acaben costando y solo las formaciones minoritarias han propiciado iniciativas parlamentarias para ello. Al final, es la propia personalidad del retratado la que acaba decidiendo lo que cuesta ya que la tradición hace que se le permita elegir el artista que lo realiza. Así, el del expresidente del Congreso José Bono fue uno de los más caros ya que costó 82.600 euros y, en cambio el de Manuel Marín, que optó por una fotografía de Cristina Garcia Rodero, rozó los 25.000. Más cercano a esta última cifra están los que se hicieron también como presidente de las Cortes Jesús Posada o Federico Trillo. El más barato de todos fue el del socialista vasco Patxi López que solo costó 15.000 euros, aunque bien es cierto que ocupó el cargo de presidente del Congreso unos pocos meses.

En unos momentos en que la transparencia y el control del gasto público son más necesarios que nunca, Marín queda como un pionero al incorporar el retrato fotográfico como un nuevo género en las paredes oficiales y como una persona austera, algo de lo que, pese a su aparente pedantería, podía hacer gala justamente. La crisis económica hizo que se redujeran algunos dispendios excesivos y que podían ser vistos como una provocación. Esa cultura no se ha mantenido y muchos comportamientos son similares a los previos a la gran crisis, lo que es un error y para muchas personas en situación de precariedad, además, una ofensa. Lo que sucede es que, al final, en estas cosas, hay demasiadas personas que miran hacia otro lado o carecen de una sensibilidad adecuada a los nuevos tiempos.