En un momento en que es más fácil callar que hablar y muchos se ponen de perfil por si acaso, es de remarcar que la voz de la abadía de Montserrat llegue alta y sus monjes no se sientan intimidados ante el poder político. Por segunda vez en algo más de cinco meses, la homilía de la misa de doce del monasterio ha servido para hacer sonar desde el púlpito palabras incómodas para la jerarquía eclesiástica española y sus autoridades políticas. Como, por ejemplo, la injusticia de que "una parte del Govern legítimo de Catalunya esté en prisión" o "la injusticia de que líderes sociales y políticos se encuentren en prisión preventiva, acusados de los delitos de rebelión y sedición cuando Amnistía Internacional ha pedido su libertad".

Si el 24 de septiembre pasado el padre Sergi d'Assís Gelpí proclamó bien alto en su homilía que tenían que decir no a la represión y a la libertad y al respeto de los derechos más fundamentales y criticaba el menosprecio a las instituciones catalanas por parte del Gobierno, en esta ocasión ha sido otro monje, el padre Josep Miquel Bausset, maestro de novicios del monasterio, quien se ha referido a la liberación de los cuatro presos en las cárceles de Estremera (Junqueras y Forn) y Soto del Real (Sànchez y Cuixart) y quien ha denunciado la política represiva y la censura del Estado español en su lucha contra el procés independentista.

En un momento de división de los partidos independentistas —quien sabe si de fractura—, voces como las de los padres Gelpí o Bausset tienen mucha más importancia que en otro momento, porque no hacen sino resaltar el pobre papel de la clase política, demasiado pendiente de la próxima zancadilla a su adversario y también a su compañero de filas o de objetivo. Ya lo dijo Voltaire: "¡Dios mío, líbrame de mis amigos! De los enemigos ya me encargo yo".

Veremos si la semana que se inicia con la nueva ronda parlamentaria para designar un candidato a president de la Generalitat nos recuerda mucho o poco a Voltaire.